http://dicc.hegoa.efaber.net
Género, Intereses y necesidades deClara MurguialdayMientras los “intereses de género” son aquellas preocupaciones prioritarias que las mujeres (o los hombres) pueden desarrollar en virtud de la posición social que adoptan de acuerdo a sus atributos de género, las “necesidades de género” son los medios por los cuales tales preocupaciones son satisfechas. Maxine Molyneux, en su estudio sobre las políticas sandinistas dirigidas a las mujeres nicaragüenses durante los años 80, definió los intereses de género y diferenció dentro de ellos los intereses estratégicos y los prácticos. Su conceptualización dio lugar a un nuevo paradigma en el campo del análisis social que ha demostrado ser un instrumento útil para integrar, en un marco común, tanto la variedad de intereses que atañen a los diferentes grupos de mujeres como los intereses que les son comunes a cada género. En particular, la distinción entre intereses prácticos y estratégicos de género es de gran importancia, pues son formulados de distinta manera y tienen diferentes implicaciones para la subjetividad de mujeres y hombres. Los intereses estratégicos de género se derivan del análisis de las relaciones de dominio/subordinación entre los géneros y expresan un conjunto de metas relacionadas con una organización más igualitaria de la sociedad. Aunque estos intereses varían según el contexto cultural y sociopolítico en que se desenvuelven las mujeres y los hombres, las feministas sostienen que las mujeres pueden unirse alrededor de ciertos aspectos asociados a su subordinación genérica para encontrar caminos que transformen dicha situación. Los aspectos comúnmente identificados son: a) El control masculino del trabajo de las mujeres. b) El acceso restringido de las mujeres a los recursos económicos y sociales valiosos y al poder político, como resultado de una distribución muy desigual de los recursos entre los géneros. c) La violencia masculina (ver mujeres, violencia contra las) y el control de la sexualidad de las mujeres (ver derechos sexuales y reproductivos). Las demandas formuladas a partir de los intereses estratégicos, al igual que el nivel de conciencia necesario para luchar efectivamente por ellas, son frecuentemente identificadas como “feministas”. Históricamente, se ha demostrado que la satisfacción de estos intereses sólo puede lograrse mediante la organización autónoma de las mujeres, y su movilización social y política. En contraste, los intereses prácticos de género se formulan a partir de las condiciones materiales concretas en que viven las mujeres, como consecuencia de su ubicación dentro de la división genérica del trabajo. A diferencia de los estratégicos, los intereses prácticos son directamente formulados por las propias mujeres que viven dichas condiciones y no requieren de intervenciones externas; responden a la percepción de una necesidad inmediata, generalmente asociada a las funciones de madre, esposa y responsable del bienestar familiar (ver género, roles de), y no entrañan cambios radicales tales como la emancipación de las mujeres o la igualdad entre los géneros. Los análisis de la acción colectiva femenina se refieren frecuentemente a los intereses prácticos de las mujeres para explicar la dinámica y los objetivos de su participación en la acción social. Se argumenta, por ejemplo, que, debido a su lugar dentro de la división genérica del trabajo, ellas son las principales responsables del bienestar de su hogar y que, por tanto, tienen un interés especial en el abastecimiento y en los servicios colectivos. Los intereses prácticos de género tienen evidentes conexiones con la ubicación de clase, de ahí que sean las mujeres pobres quienes en mayor medida se movilizan por cuestiones relativas a la supervivencia de sus familias. No obstante, hay que resaltar que este tipo de intereses no desafían en sí mismos las relaciones desiguales entre los géneros, aunque se derivan directamente de ellas. El paradigma de los intereses de género fue rápidamente utilizado en la literatura que versa sobre la planificación del desarrollo. Caroline Moser (1989), interesada en ofrecer a los planificadores una herramienta útil para proyectar acciones de desarrollo a favor de las mujeres, tradujo el concepto “intereses de género” al lenguaje de la planificación convirtiéndolo en necesidades de género. Esta investigadora considera que, desde la perspectiva de la planificación, los intereses pueden ser definidos como “las preocupaciones prioritarias” y las necesidades como “los medios por los cuales dichas preocupaciones son satisfechas”. Dado que las necesidades son palpables y específicas, este concepto resulta más útil cuando se trata de diseñar programas y proyectos destinados a satisfacer las demandas de las mujeres. La conceptualización de Moser sobre las necesidades prácticas de género ha alcanzado gran popularidad en los círculos de la planificación del desarrollo. Definidas éstas como las necesidades que se derivan del interés de las mujeres por cumplir con los roles que les son asignados por la división genérica del trabajo, las políticas destinadas a satisfacerlas apuntan a mejorar las condiciones materiales de vida de las mujeres y sus familias, satisfaciendo sus requerimientos de vivienda, agua, alimentación, educación y salud de hijas e hijos, generación de ingresos y acceso a servicios básicos en el ámbito de la comunidad. Estos requerimientos son necesidades básicas de toda la familia y están estrechamente relacionados con la pobreza y la falta de recursos, pero son identificados como necesidades prioritarias de las mujeres –no sólo por quienes diseñan las políticas sino también por las mujeres mismas– y no tienen como objetivo promover la equidad entre los géneros. En estrecha relación con las necesidades prácticas y los intereses estratégicos de género, Kate Young (1988) ha desarrollado dos nuevos conceptos centrales para la estrategia Género en el Desarrollo: la condición y la posición de las mujeres. Mientras la primera alude al estado material en el que se encuentran las mujeres (pobreza, falta de educación y capacitación, excesiva carga de trabajo, desnutrición, falta de acceso a tecnología moderna, etc.), la segunda se refiere a su ubicación social y económica con relación a los hombres, medida en términos de diferencias salariales y de oportunidades de empleo entre ambos, mayor vulnerabilidad de las mujeres a la pobreza y la violencia, acceso diferenciado a la propiedad de recursos productivos y al poder político, etc. Diferenciar claramente la condición y posición de las mujeres en un contexto determinado permite comprender más ampliamente los efectos de las políticas de desarrollo (ver género, políticas de). De hecho, hay evidencia empírica de que algunos programas y proyectos que han mejorado la condición de las mujeres (aumentando su esperanza de vida, su acceso a la educación o a la alimentación), al mismo tiempo han deteriorado su posición respecto de los hombres (pérdida de estatus en la familia, invisibilización de su aporte económico, menor acceso a la propiedad de la tierra). El Informe sobre Desarrollo Humano (PNUD, 1995) muestra cómo han mejorado las capacidades humanas de las mujeres en los últimos veinte años (en materia de educación y salud) al tiempo que persiste, e incluso se agrava, la desigualdad entre mujeres y hombres en cuanto a oportunidades económicas y políticas. Por último, es de señalar que la conversión del paradigma de los intereses de género en necesidades de género ha sido objeto de fuertes críticas por investigadoras feministas del Sur y del Norte. Anderson (1992) discute a este respecto: a) La simplificación de categorías feministas complejas, convirtiéndolas en conceptos referidos a carencias medibles y fácilmente atendibles por la planificación. b) El sesgo racionalista y voluntarista de traducir cada interés en una necesidad, ubicándola de manera esquemática en la categoría de “estratégica” o “práctica”. c) El olvido de que algunas necesidades están legitimadas socialmente pero otras, tan ciertas como aquéllas, no lo están. Así ha ocurrido, hasta fechas recientes, con la necesidad de erradicar la violencia de género (ver género, violencia de) y, en buena medida, sigue ocurriendo con los derechos sexuales y reproductivos. Los discursos centrados en las necesidades llevarían a los planificadores a dejar fuera aquellas necesidades que aún no han logrado legitimación pública. d) La problemática relación entre necesidades y derechos. Los derechos de las mujeres no deben olvidarse a la hora de planificar acciones de desarrollo, aunque ellos no se desprendan directamente de sus necesidades formuladas. Cl. M. Bibliografía
Bloques temáticos |