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Prevención de desastresKarlos Pérez de ArmiñoMedidas diseñadas para proporcionar protección de carácter permanente ante los desastres, impidiendo la aparición de una catástrofe desencadenante y/o reduciendo su intensidad a fin de evitar que precipite un desastre causando daños, desestructuración y víctimas. Dejando de lado el campo de la prevención de conflictos, aquí nos centramos en la prevención de desastres (disaster prevention) derivados de catástrofes naturales. Su objetivo consiste en evitar la aparición de situaciones de emergencia con sus habituales secuelas de víctimas y daños materiales. Existe una creciente conciencia internacional sobre la necesidad de prestar más atención a la prevención de los desastres, al igual que ocurre con los otros tipos de actuación que se integran en la denominada gestión de desastres. Esto es así, en primer lugar, a fin de evitar la pérdida de vidas y el sufrimiento humano que los desastres acarrean. Así, por ejemplo, el huracán Mitch no produjo ninguna muerte en algunas localidades de Honduras en las que existía un programa experimental de reducción de los efectos de los desastres, a diferencia de lo ocurrido en otras donde no se estaba llevando a cabo. Pero, además, la prevención se constata como una inversión rentable en términos económicos. En la década de los 60, los daños causados por catástrofes naturales se estimaron en unos 52.000 millones de dólares, mientras que entre 1990 y 1998 habían alcanzado ya los 479.000 millones. Gran parte de esos costes se hubieran ahorrado con una mayor atención a la prevención (Annan, 1999:8). A esto hay que añadir que una mayor prevención permitiría una reducción drástica de las necesidades y costes de la acción humanitaria[Acción humanitaria:debates recientes, Acción humanitaria:fundamentos jurídicos, Acción humanitaria: principios , Mujeres y acción humanitaria , Acción humanitaria:concepto y evolución] así como de la rehabilitación post-desastre, que han acaparado a lo largo de los años 90 una buena parte de la ayuda internacional. A esa mayor concienciación ha contribuido el Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales, declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas para el período 1990-99. El decenio ha tenido como objetivo el de estimular la prevención y la mitigación de los desastres mediante planes nacionales orientados a crear las capacidades institucionales y la concienciación ciudadana necesarias, todo ello mediante una cooperación internacional que, entre otras cosas, permitiera la transferencia a los países y comunidades con mayor riesgo de los conocimientos científicos y experiencias existentes en la materia. Sin embargo, lo cierto es que las políticas de prevención reciben todavía un apoyo insuficiente tanto en las políticas nacionales como en la cooperación internacional, por cuanto supone el realizar desembolsos para hipotéticos desastres futuros, con lo que los beneficios no son inmediatos ni tangibles. La prevención de los desastres implica, en primer lugar, una adecuada comprensión de sus causas y dinámica. Para ello resulta útil diferenciarlos de las catástrofes, que actúan como desencadenantes de aquéllos en un contexto previo de vulnerabilidad. De este modo, las catástrofes naturales, muchas veces inevitables, se convierten en desastres debido a determinados comportamientos o actividades humanas. Los desastres, incluso los anacrónicamente denominados “naturales”, son siempre procesos humanos, y por tanto evitables, prevenibles. Como vemos, los desastres se producen no sólo por la exposición física a una determinada calamidad. Aunque las catástrofes afectan a todos los países en determinado momento y manera, es significativo que entre 1971 y 1995 el 97% de las muertes y el 99% de la población afectada pertenecían a países en desarrollo (Twigg, 2000:1). La razón es que en éstos, a diferencia de en los países ricos, las catástrofes tienen un impacto abrumador y acaban desencadenando procesos de crisis y desestructuración debido a la alta vulnerabilidad que afronta la población y a la debilidad de los Estados para establecer los mecanismos adecuados de alerta, mitigación, preparación y ayuda. Como vemos, los desastres responden a una multiplicidad de causas, enraizadas muchas de ellas en el sistema socioeconómico y político. Por ello, las soluciones tienen que ser también complejas e interdisciplinarias, lo cual implica la actuación conjunta de diferentes organismos y la combinación de diferentes políticas. Lamentablemente, esta necesaria cooperación intersectorial se ve a veces dificultada por la división burocrática y administrativa, que podría paliarse con la creación de organismos nacionales específicamente orientados a la prevención. En cuanto a los mecanismos concretos orientados a la prevención, la mayoría de ellos son los mismos que integran otras formas de intervención para la gestión de desastres, ya detallados al hablar de la preparación y la mitigación, por lo que no abundaremos aquí en ellos. La diferencia es que la prevención persigue evitar los desastres, en vez de simplemente minimizar su impacto; y que tiene una perspectiva duradera, a un más largo plazo, no enfocándose a una crisis inminente específica, como con frecuencia ocurre con la mitigación. Por esta razón, la estrategia de prevención debe basarse, en primer lugar, en la reducción de la vulnerabilidad socioeconómica de los sectores pobres y excluidos, mediante la promoción de un desarrollo humano sostenible y equitativo. La prevención, consiguientemente, debe ser un objetivo integrado en el marco de las políticas de desarrollo a largo plazo de un país, así como también en las estrategias de cooperación para el desarrollo internacional, habida cuenta de que muchos desastres trascienden las fronteras y de que muchos países del tercer mundo carecen de los recursos técnicos y materiales necesarios. En segundo lugar, la prevención requiere minimizar el riesgo de que se produzcan catástrofes que puedan desencadenar desastres, o, en caso de que aquéllas sean inevitables, minimizar el riesgo de que se produzca tal desencadenamiento del desastre. A ello pueden contribuir decisivamente las medidas que eviten prácticas de desarrollo, urbanísticas y medioambientales lesivas o de riesgo, impulsando otras positivas, por ejemplo: evitar las construcciones en zonas de riesgo (como laderas propensas a los deslizamientos de tierra, o márgenes de ríos inundables), impedir la deforestación de las laderas a fin de evitar los torrentes de agua (a lo que puede contribuir también la construcción de terrazas), establecer normas urbanísticas que obliguen a construir edificios más resistentes a los terremotos, etc. Preventivas también pueden considerarse todas las medidas de preparación, como son: a) la constitución de sistemas de alerta temprana para el pronóstico e información sobre los desastres; b) la creación de una capacidad institucional suficiente para responder a las catástrofes de forma eficiente y rápida, apoyada en una legislación sobre emergencias que estructure y asigne las funciones de cada parte, y que cuente con las infraestructuras, equipamiento material y personal técnico necesarios; c) la elaboración de mapas de vulnerabilidad que identifiquen a los sectores y zonas con mayor riesgo; d) el diseño de planes de contingencia que detallen las medidas que se deben tomar en caso de crisis; e) la formación del personal técnico necesario, así como de la propia población en cuanto a las prácticas que deben seguir. K. P. Bibliografía
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