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Refugiados: impacto medioambientalNéstor ZabalaUno de los mayores debates teóricos actuales en torno a la problemática de los refugiados, aunque lo mismo valdría para los desplazados internos, se refiere al impacto de éstos sobre la degradación medioambiental de las zonas donde se asientan. En consecuencia, se han llevado a cabo numerosos programas de protección y recuperación medioambiental en dichas áreas, utilizando para ello diversas metodologías de análisis y planificación. Numerosos autores, organismos internacionales y gobiernos de los países de acogida han hecho suyo el argumento de que los refugiados son un importante agente de degradación medioambiental. La idea convencional consiste en que el aumento de la densidad demográfica que implica la llegada de refugiados impone una excesiva presión sobre la capacidad de carga medioambiental del entorno en el que se asientan, con el consiguiente perjuicio para las poblaciones locales. Entre los principales efectos suelen mencionarse la deforestación derivada de la necesidad de leña y de material de construcción (Lonergan, 1995), el deterioro y erosión de los pastos debido al sobrepastoreo, el agotamiento de los recursos hídricos por un consumo superior a su ritmo de recuperación, y la contaminación del agua por la acumulación de basuras. Las explicaciones que se dan respecto a estos impactos de degradación tienen que ver con la pobreza de los refugiados, la perspectiva de una estancia corta en la zona y la consiguiente falta de sentido de propiedad o de protección del medio, el desconocimiento del medio ambiente local y, por último, el trauma sicológico de los refugiados (Leach, 1992). Sin embargo, existen dierentes autores, como Black (1998) y Kibreab (1997), que desde el campo de la ecología, de los estudios del desarrollo o de la acción humanitaria[Acción humanitaria:debates recientes, Acción humanitaria:fundamentos jurídicos, Acción humanitaria: principios , Mujeres y acción humanitaria , Acción humanitaria:concepto y evolución], cuestionan esos argumentos convencionales. En su opinión, aunque es cierto que los refugiados generan deforestación, ésta ha sido exagerada deliberadamente, al tiempo de que existen escasas pruebas de los otros tipos de degradación. Consideran que el argumento del deterioro medioambiental por lor refugiados se ha esgrimido interesadamente, pues de hecho países como Tanzania, Turquía y Honduras lo han utilizado para frenar la entrada de refugiados en su territorio. Por el contrario, sostienen, la relación entre medio ambiente y refugiados es mucho más compleja de lo expuesto y requiere un análisis más profundo. Los estudios en la materia consideran que el impacto medioambiental de los refugiados depende del peso de diversos factores en la zona de acogida, como por ejemplo: la duración de su estancia en el lugar; el volumen de la población que haya llegado; la proporción entre refugiados llegados y población local; las relaciones entre los refugiados y los locales; la riqueza natural de la zona, y el nivel de ayuda que los refugiados reciben de la comunidad internacional, el gobierno nacional o la población local. Además, Jacobsen (1997) considera que otro factor clave es el modo en el que los refugiados se asientan, argumentando que diferentes formas de asentamiento conllevan diferentes tipos de relación entre los refugiados y los locales. Esa relación puede condicionar el tipo de actividades de unos y otros realizan, así como su acceso a la tierra y a otros recursos como el agua y el bosque (ver titularidades medioambientales). En efecto, existen básicamente dos tipos principales de asentamiento, cada uno con su propio tipo de impacto: los campos de refugiados, gestionados habitualmente por agencias humanitarias como el acnur, y los autoasentamientos de refugiados, quienes se mezclan entre la población local y frecuentemente sólo reciben ayuda de ésta. Aunque tales autoasentamientos espontáneos han sido aún poco estudiados, uno de sus rasgos distintivos es que, al quedar los refugiados desperdigados en una zona más amplia que cuando se ubican en campos de refugiados, la demanda y presión sobre los recursos locales está menos concentrada. Por ello, la degradación medioambiental suele ser menor y el ritmo de recuperación de los recursos locales más rápido (Jacobsen, 1997). Además, en los autoasentamientos es más probable que los refugiados se preocupen por el medio, dado que su convivencia y relación con la población local es más estrecha y que dependen de la aceptación de ésta. Por otro lado, las estrategias de respuesta a la degradación medioambiental en los campos de refugiados normalmente se ha orientado a la protección de los árboles, la reforestación, la distribución de cocinas económicas de alto rendimiento del combustible y, más recientemente, a la educación medioambiental. Estas estrategias habitualmente se acaban poniendo en marcha cuando los refugiados llevan ya un cierto tiempo asentados. Tales políticas medioambientales para los campos de refugiados no deben ser uniformes, sino adaptadas a las condiciones y recursos naturales disponibles en cada zona. Así, por ejemplo, Grimisich y Owen (1998) comprobaron en Tanzania occidental que en los campos ubicados en entornos naturales más ricos la degradación causada por los refugiados fue mucho mayor que en los situados en zonas con escaso valor ecológico. Del mismo modo, los programas medioambientales sólo funcionaron en los campos en zonas ya degradadas, pues en las zonas ecológicamente ricas los refugiados mostraron poco interés por la conservación. En realidad, todavía son insuficientes los estudios y datos referidos a la degradación medioambiental de los movimientos de refugiados a gran escala. En la actualidad, como resultado del aumento de la preocupación por el tema, se están utilizando sobre todo tres estrategias para la medición y planificación medioambiental en las zonas con refugiados: a) Los Sistemas de Información Geográfica (SIG) y las imágenes por satélite, que ofrecen con rapidez valiosos datos, que deberían confirmarse sobre el terreno, sobre la disponibilidad de biomasa y madera en una zona, número de personas en ella, o su distancia hasta ríos y pueblos. b) Los estudios de impacto medioambiental, que proporcionan información sobre los efectos que puede tener la llegada de los refugiados y sobre cuáles de ellos deberían centrarse las políticas de protección. c) Los Diagnósticos Participativos Medioambientales, que forman parte de la amplia gama de enfoques participativos y que empiezan a utilizarse, aunque aún tímidamente, como complemento de las otras dos técnicas, para la planificación medioambiental. El acnur (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados) elaboró en 1996 una Guía Medioambiental que incluye las fases de pre-planificación, emergencia, asentamiento, reasentamiento y repatriación (UNHCR 1996). La guía hace referencia a las tres estrategias citadas de medición y planificación, y se ocupa también de la capacitación medioambiental del personal que trabaja con los refugiados, de la inclusión de criterios medioambientales en otros aspectos sectoriales (alimentación, agricultura, educación, etc.), y de la necesidad de un trabajo coordinado con las otras agencias de naciones unidas, los gobiernos y los donantes. La guía establece que, durante la fase de emergencia, un experto en la materia debería realizar un estudio medioambiental rápido, y que posteriormente se elabore un plan de acción medioambiental. El conjunto de planes de acción medioambiental de un país se integrarían en un plan maestro medioambiental, que consiste en la estrategia medioambiental diseñada para los refugiados en todo un país y para un período de cinco años. N. Z. Bibliografía
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