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Revolución verdeJorge GutiérrezProceso de desarrollo y expansión de semillas y técnicas agrarias de alta productividad habido en diferentes países del Tercer Mundo durante los años 60 y comienzos de los 70, bajo el impulso de un plan de la fao. El movimiento se inició en 1963, año en que la FAO, a raíz de un Congreso Mundial de la Alimentación, decidió impulsar un plan de desarrollo agrario a nivel mundial (el World Plan for Agricultural Development). La necesidad creciente de alimentos causada por el aumento de la población mundial fue la justificación para esta búsqueda de incrementos de productividad agraria, que recibió el apoyo, entre otros, de las fundaciones Ford y Rockefeller. Para ello se procedió al desarrollo de semillas de “variedades de alto rendimiento” (HYV, por sus siglas en inglés), sobre todo de trigo, maíz y arroz, gracias al trabajo del Centro Internacional de Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMYT) de México, y al del International Rice Research Institute (IRRI) de Filipinas. Se trataba de plantas de tallo corto que resistían mejor el viento y cuyo crecimiento rápido permitía hasta tres cosechas al año. Sin embargo, su cultivo conllevaba la utilización de grandes cantidades de fertilizantes y pesticidas, así como la implantación de sistemas de riego, todo lo cual primaba la agricultura a gran escala. En los países en desarrollo las cosechas de cereales crecieron a un ritmo del 2% anual entre 1961 y 1980 (trigo 2’7%, arroz 1’6%). En casos como el de Filipinas el incremento superó el 3% anual. Lo cierto es que el alcance y generalización de semillas y técnicas fue muy diferente en cada país y, así, puede decirse que afectó notablemente a algunos países de América Latina y el Sudeste asiático, mientras su incidencia en África fue casi nula. Se calcula que en 1980 el 27% de las semillas en el conjunto de países en desarrollo correspondían a esas variedades, pero mientras en América Latina ese porcentaje era del 44%, en África era de sólo del 9% (Crump, 1998:117). Pese a estos incrementos en las cosechas, con el paso del tiempo se han ido formulando numerosas críticas a la Revolución Verde y a sus consecuencias, entre las que destacan las siguientes: a) Críticas referidas a la propia calidad y rendimiento de las nuevas variedades: los crecimientos espectaculares de cosechas se dan sólo en condiciones óptimas y con un gran aumento de insumos (fertilizantes, pesticidas, riego…), en tanto que en otras condiciones las variedades tradicionales resultan más productivas (Shiva, 1991:72). Las nuevas semillas no crecen bien en suelos marginales y son muy vulnerables, ya que carecen prácticamente de resistencia natural. De este modo se llega a cuestionar la existencia de una revolución (Dyson, 1996: 64), ya que las tendencias de crecimiento mundiales no reflejan cambios significativos en esa época (aunque sí en casos concretos de países). Por otro lado, la calidad de estas variedades se considera inferior alimentariamente y dan mayores problemas de almacenamiento. b) Críticas en cuanto a los daños para el medio ambiente: la uniformidad en la utilización de semillas reduce la biodiversidad y disminuye la resistencia a las plagas. El gran aumento en el uso de fertilizantes y pesticidas químicos, cuyo consumo en los 70 se dobló en el caso de los primeros y se quintuplicó en el de los segundos (Crump, 1998:118), ha provocado contaminación de diversos tipos y el agotamiento de suelos que no recuperan todos sus nutrientes; la mecanización ha producido asimismo problemas de compactación de suelos; por último, la necesaria expansión del regadío, pues estas variedades requieren gran cantidad de agua, provoca también problemas como la salinización de los suelos y el agotamiento de los acuíferos. c) Cuestionamiento desde un punto de vista social: aun aceptando que este proceso haya supuesto avances técnicos, sus consecuencias sociales han sido duramente criticadas. Las explotaciones basadas en este tipo de agricultura requieren unas condiciones (insumos externos, formación, grandes extensiones de tierra, etc.) fuera del alcance de los campesinos pobres, con lo que en ocasiones la adquisición de insumos empeoró su situación de endeudamiento y les acabó obligando a enajenar sus tierras. Esto ha dado lugar a un incremento de su vulnerabilidad, así como a un aumento de las diferencias sociales, pues han sido los terratenientes los que han podido acaparar muchas de esas tierras. En este sentido, hay que mencionar que las semillas mejoradas imponen al campesino un mecanismo de dependencia de los proveedores que las venden. Por un lado, las semillas deben comprarse cada año, ya que el cereal cosechado no es apto para servir como semilla para una nueva siembra, como se suele hacer en la agricultura sostenible tradicional. Además, la utilización de las semillas mejoradas requiere la utilización conjunta de otros insumos, como los fertilizantes y los pesticidas, lo que incrementa la dependencia del campesino. En este sentido, se acusa a la Revolución Verde de haber supuesto una excusa para ampliar el negocio de la industria agroalimentaria internacional a costa de los pequeños agricultores. El aumento de los costes de los insumos hizo que se pusiera el énfasis en la producción de cultivos comerciales para la exportación, no tanto en los alimentos locales tradicionales (como el mijo y el sorgo, sobre los que apenas se han realizado inversiones), a fin de obtener ingresos con los que recuperar las inversiones realizadas. En muchos casos, la sustitución de las variedades indígenas por las nuevas mejoradas dio lugar a alteraciones en los precios y en las dietas, que se han traducido en una dependencia tecnológica, económica y alimentaria de las importaciones. En lo que se refiere a las relaciones de género, la progresiva industrialización de la agricultura y su orientación hacia el mercado conllevó un claro empeoramiento de la situación relativa de la mujer en muchos países, dado que esa nueva agricultura suele estar más controlada por los hombres que la tradicional. Frente a todas estas críticas a la Revolución Verde, en la actualidad diferentes autores (como Norman Bourlaug, uno de sus padres) siguen defendiendo sus contribuciones positivas así como la necesidad de continuar por la senda de los avances tecnológicos como medio para aumentar la producción alimentaria y luchar contra el hambre. Apoyan así la expansión de los alimentos transgénicos, que consideran como la nueva Revolución Verde, o como la Revolución Genética. Por el contrario, otros investigadores, como Shiva (1991), así como diferentes organizaciones, advierten de los riesgos que tales alimentos pueden encerrar para la salud humana, la biodiversidad y las pequeñas explotaciones tradicionales de los campesinos en los países pobres. Subrayan también que, si bien el progresivo incremento de la producción alimentaria es imprescindible, el problema del hambre nunca podrá solucionarse a través de medidas tecnológicas, sino que requiere transformaciones socioeconómicas estructurales que proporcionen un mayor acceso al alimento a los sectores vulnerables (ver titularidades al alimento). La Revolución Verde, al no apuntar a las verdaderas razones del hambre, falló en cuanto a su mitigación e incluso a veces fue contraproducente. J. G. Bibliografía
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