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CampesinosKarlos Pérez de ArmiñoPequeños productores agrícolas que, con un equipamiento sencillo, practican una agricultura basada en el trabajo familiar y orientada sobre todo al autoconsumo, con pequeños excedentes para satisfacer otras necesidades y obligaciones. Los campesinos constituyen el sector socioeconómico mayoritario del Tercer Mundo, abarcando a dos tercios de su población, en general los más pobres, lo cual da idea de la importancia que para la cooperación para el desarrollo encierra el comprender las características y riesgos de su sistema de sustento. El concepto “campesino” (peasant), propiamente dicho, se emplea para designar a los pequeños agricultores que disponen de una granja o explotación familiar. Sin embargo, otros grupos que comparten algunas de sus características son a veces denominados también como tales, entre los que cabe mencionar a: los jornaleros asalariados agrícolas, los agricultores que practican una actividad intensiva en tecnología y capital, y los campesinos que no viven en aldeas, por ejemplo los que ocupan nuevas tierras arrancadas al bosque. Para Shanin (1994:454), el elemento más definitorio del campesinado como entidad social y económica es la granja familiar, pues constituye la unidad multidimensional básica de su organización social: es la principal unidad de propiedad, producción, consumo, bienestar, identidad y socialización de los campesinos. La familia trabaja principalmente en la granja, mediante una división familiar del trabajo que sigue diversos roles de género y de otros tipos culturalmente establecidos, para satisfacer la mayoría de sus necesidades de consumo y los pagos o impuestos a que esté obligada. Sin embargo, la granja o explotación familiar no es una unidad autárquica, pues los campesinos practican constantemente intercambios tanto de bienes como de mano de obra, aunque regidos no tanto por el mercado sino por relaciones de reciprocidad y solidaridad comunitaria a través de las redes sociales existentes (ver capital social). Estos mecanismos de intercambio, que aunque debilitados perduran en muchos lugares, son una característica esencial de las sociedades rurales tradicionales, habiendo contribuido a satisfacer las necesidades básicas de los más desfavorecidos en las situaciones de desastre (ver economía moral). El tipo de agricultura casi de subsistencia y la vida en comunidades pequeñas en las que se satisfacen casi todas las necesidades de reproducción social, contribuyen a algunas de las características culturales habituales entre los campesinos. Además de las citadas pautas de solidaridad, también caben mencionarse las estrechas relaciones comunitarias con fuertes controles normativos, la identidad comunitaria distintiva del exterior, y la preeminencia de actitudes conformistas y tradicionales, por cuanto la acción se justifica en base a la experiencia del pasado. El sistema de sustento de los campesinos se basa principalmente en la agricultura, pero incluye una combinación de tareas diferentes pero funcionalmente complementarias: la cría de ganado, la caza, la producción artesanal, el trabajo asalariado, etc. La razón fundamental de integrar múltiples actividades radica en la necesidad de diversificar las fuentes de ingreso, como estrategia para minimizar el riesgo de pérdida de los mismos por diversos motivos (pérdida de la tierra, muerte de los animales, enfermedad, alteraciones de precios, etc.). Este riesgo suele ser grande entre los campesinos pobres, dado que la escasez de recursos implica una alta dependencia de los avatares de la naturaleza y una gran vulnerabilidad ante posibles catástrofes y fluctuaciones económicas. Se trata, además, de un sistema de sustento fuertemente marcado por el ciclo estacional, que determina la distribución de la actividad laboral, así como la vida familiar y social. Los campesinos pobres suelen practicar una agricultura familiar de subsistencia, que genera algunos excedentes para cubrir otras necesidades o afrontar obligaciones tributarias. Utilizan un instrumental sencillo y técnicas relativamente simples aprendidas en el ámbito familiar. Como han demostrado diversas investigaciones a partir de los años 70, suele ser una agricultura sostenible, por cuanto emplea sistemas y técnicas muy ajustados a las condiciones del ecosistema local, y utiliza un bajo nivel de insumos externos (fertilizantes, pesticidas, semillas, etc.). Por lo general, combinan una amplia gama de cultivos y variedades apropiadas a las características del entorno, utilizando la rotación o a la intercalación de los mismos, sistemas que permiten maximizar el uso de la tierra y favorecer su recuperación química, repartir el trabajo y la producción a lo largo del año, y reducir el riesgo de pérdidas de la cosecha. También es habitual la combinación de la agricultura con la ganadería, proporcionando el ganado el fertilizante que la tierra precisa. Por otro lado, una característica común a la historia de casi todos los países es el sojuzgamiento que el campesinado ha sufrido por parte de los grupos en el poder. Su dominación política se ha visto acompañada por una explotación económica mediante impuestos, prestaciones de trabajo y unos términos de intercambio desfavorables a los campesinos. En el tercer mundo, los pequeños campesinos sufrieron una disminución de su control de los recursos y otros efectos negativos como consecuencia del colonialismo. Posteriormente, han continuado discriminados tanto por las políticas de desarrollo agrícola de los gobiernos como por los programas impulsados por la mayoría de las agencias multilaterales, con la salvedad del fida, dando lugar a lo que se ha denominado el sesgo urbano en las políticas públicas: a los campesinos se les ha utilizado y utiliza básicamente como proveedores de alimentos, materias primas y mano de obra baratos, en beneficio de los sectores sociales urbanos que se apropian de sus excedentes. Aunque desde los años 70 se ha ganado una mejor comprensión de la racionalidad y sostenibilidad de los sistemas agrícolas de los campesinos, durante largo tiempo han sido menospreciados como primitivos e ineficientes. Por esa razón, las políticas de desarrollo agrícola habidas desde los años 50, y sobre todo durante los 60 y 70 con la llamada revolución verde, se basaron fundamentalmente en la modernización del sector; esto es, en la expansión de una agricultura intensiva en capital, mecanizada, con un alto uso de insumos externos, de altos rendimientos y centrada en gran medida en los cultivos comerciales para la exportación. El objetivo era incrementar la producción así como las exportaciones de determinados productos como fuente para obtener las divisas necesarias para financiar la importación de productos, el desarrollo y el reembolso de la deuda externa. Esta agricultura moderna, aunque en muchos casos ha incrementado la producción, también ha acarreado diversos perjuicios. En primer lugar, ha debilitado los sistemas agrícolas tradicionales, así como la organización social y vínculos de solidaridad ligados a ellos, ignorando además el conocimiento de la población rural. En segundo lugar, sólo los campesinos acomodados han podido costear los insumos que necesita la agricultura moderna, habiendo desarrollado una agricultura orientada al mercado. Por el contrario, los pobres frecuentemente se han visto perjudicados: la dependencia de los insumos proporcionados por las multinacionales les ha condenado a muchos al endeudamiento y a la pérdida de sus tierras más fértiles, concentrándose en tierras marginales que tienen que sobreexplotar; otras veces han pasado de propietarios a jornaleros asalariados; y en ocasiones han caído en el desempleo porque la mecanización ha generado excedentes de mano de obra. En suma, la concentración de tierras ha dado lugar a una proletarización y al aumento de las diferencias sociales. Por último, la práctica del monocultivo y la utilización de gran cantidad de insumos (como pesticidas y fertilizantes) ha provocado también serios problemas medioambientales, tales como la degradación y salinización del suelo, o la reducción de la diversidad biológica. Otro de los procesos de cambio estructural más importantes que ha afectado a la agricultura familiar tiene que ver con la reforma de la estructura de propiedad de la tierra. La colonización primero, y las políticas de desarrollo agrícola con su reforma agraria después, habitualmente han promovido los derechos de propiedad individuales, donde la misma persona, generalmente un hombre, tiene la propiedad, el derecho de transferencia y venta, así como el de uso. Esto contrasta con la situación tradicional en muchos lugares, en los que la propiedad de la tierra era comunitaria y las familias disponían sólo del usufructo, esto es, del derecho a trabajar y a disponer de la producción. En algunos casos, los títulos individuales han incrementado la seguridad en el acceso a la tierra de algunos campesinos, pero en otros muchos casos el proceso ha dado lugar al desalojo de sus ocupantes tradicionales. Además, aunque las mujeres han dispuesto en muchas culturas de derechos tradicionales de uso de la tierra, no suelen obtener los títulos de propiedad, aunque tenga la responsabilidad efectiva del sustento familiar. Los derechos de acceso a la tierra, tanto legales como consuetudinarios, son uno de los principales factores que determinan la viabilidad de los sistemas de sustento de los campesinos, así como su grado de vulnerabilidad. Tales derechos se articulan de forma diferenciada en función de factores como el género, la etnia, la clase social, etc. Esta circunstancia debe tenerse bien presente a la hora de diseñar proyectos de desarrollo, por cuanto condicionará quién y cómo se beneficie de los mismos. Así, por ejemplo, es improbable que los campesinos que carecen de títulos seguros de propiedad estén dispuestos a realizar inversiones de tiempo o esfuerzo a largo plazo. Por otro lado, además del derecho a la tierra existen también derechos de acceso a otros recursos naturales, como es el bosque y sus productos, que se han denominado titularidades medioambientales, y que resultan esenciales para la supervivencia de los más pobres, en particular en las situaciones de escasez y desastre. También cabe hablar de derechos sobre la mano de obra de otras personas, como el que suelen tener los hombres sobre las mujeres y los niños de la familia, o los terratenientes sobre los arrendatarios o aparceros que deben proporcionarle trabajo no retribuido en función del contrato establecido. Desarrollo de los campesinos Como hemos visto, los pequeños campesinos generalmente han sido discriminados en las políticas de desarrollo de la mayoría de los gobiernos y agencias multilaterales, salvo el FIDA. No han sido ellos, sino la agricultura comercial moderna, los receptores de la mayor parte de los programas de créditos, extensión agraria, tecnología, comercialización o investigación en la mejora de los cultivos. A pesar de ello, a partir de los años 60, al calor de la preocupación en torno a los problemas del subdesarrollo, se experimentó un rápido auge de los estudios sobre el campesinado y sobre sus problemas. Como consecuencia, hoy existe la convicción de que los pequeños campesinos, si disponen de incentivos y apoyo, pueden ser más productivos que las grandes explotaciones modernas, puesto que el uso de la mano de obra familiar permite desarrollar sistemas más intensivos que incrementan la productividad por unidad de superficie. La adopción de una estategia de desarrollo agrícola orientada a incrementar el potencial de los pequeños campesinos encierra diversas ventajas, tanto a nivel micro como macroeconómico, como las siguientes: a) garantiza la seguridad alimentaria familiar con un coste de producción y distribución bajo; b) genera proporcionalmente más empleo, al basarse en sistemas intensivos en mano de obra, no en capital, por lo que promueve un desarrollo más equitativo, con menos desigualdades sociales; c) es más sostenible ecológicamente; d) incrementa la demanda de otros bienes y servicios, estimulando otros sectores y reforzando los lazos entre la economía agrícola y la no agrícola, y e) disminuye la importación de alimentos y el gasto de divisas del país. En este sentido, la estrategia de la cooperación para el desarrollo debería orientarse al objetivo de reforzar el sistema de sustento de los pequeños campesinos. Esto implica no sólo incrementar su producción e ingresos, sino reducir sus niveles de vulnerabilidad ante posibles crisis o desastres, así como reforzar sus capacidades y derechos legales; en definitiva, contribuir a su empoderamiento. Sin ánimo de ser exhaustivos, veamos a continuación algunas de las líneas de actuación prioritarias. En primer lugar, debería realizarse un estudio del sistema de sustento de las comunidades campesinas con las que se trabaja, que puede consistir en un análisis de capacidades y vulnerabilidades realizado mediante la utilización de las técnicas de los diversos enfoques participativos, como el diagnóstico rural participativo. De esta forma, escuchando tanto a los hombres como a las mujeres, se puede construir una visión de su situación, necesidades y prioridades, así como del dispar control de los recursos que tienen los diferentes miembros de la comunidad (atendiendo a factores como el género, la clase, la etnia, etc.). La participación de los propios campesinos es esencial para que éstas, en lugar de ser diseñadas verticalmente desde arriba por técnicos foráneos, respondan a las necesidades reales de aquéllos y sean sostenibles. Es importante subrayar que toda intervención orientada a la introducción de nuevos cultivos o técnicas, o a la mejora de los existentes, debería contar con un análisis previo de diferentes aspectos, como los siguientes: a) Factores sociales, como son la estructura de la propiedad de la tierra y el acceso a ésta y a otros recursos, así como la división del trabajo, todo ello en función de factores como el género, la etnia o la clase social. Hay que tener en cuenta que determinados proyectos pueden fracasar al no tener en cuenta, por ejemplo, que los campesinos que carezcan de derechos seguros de propiedad o uso de la tierra pueden carecer de incentivos para invertir en nuevas técnicas o cultivos. Igualmente, la introducción de algunas técnicas y cultivos puede incrementar la superficie explotada y la producción, que en muchos casos controlarán los hombres, pero también la carga de trabajo no pagado realizado por las mujeres o los niños (como la escarda o eliminación de malas hierbas). Otras intervenciones, sin embargo, como el apoyo a la instalación de molinos de cereal o de huertos, pueden reducir la carga laboral de las mujeres e incrementar sus ingresos. b) Factores económicos, que pueden condicionar la viabilidad de las intervenciones ejecutadas, como la existencia o no de un mercado para los nuevos productos, la disponibilidad de créditos, la capacidad de procesamiento, las infraestructuras y medios de almacenamiento y transporte, etc. c) Factores medioambientales, como las características del suelo y el clima, o la disponibilidad de agua y otros recursos naturales, que determinan la idoneidad de unos cultivos u otros. En el plano productivo, dos son los objetivos principales: diversificar las fuentes de ingreso, e incrementar la producción agrícola. La diversificación de las actividades familiares tiene por objeto establecer un sistema de sustento más seguro, minimizando el riesgo derivado de la posible pérdida de alguna de las fuentes productivas en caso de crisis o catástrofe. Para ello, además de apoyar la diversificación de los tipos de cultivo, es importante la promoción de otras actividades complementarias, como: a) La ganadería, que es fuente de alimentos, materias primas, fertilizantes e ingresos, sobre todo en zonas marginales poco fértiles, y en ocasiones proporciona recursos económicos independientes a las mujeres (ver pastores). b) La pesca, que, además de ser hoy el medio de vida de unos 100 millones de personas en los países en desarrollo, puede servir de complemento alimenticio y económico a las comunidades rurales. Dados los límites de los recursos fluviales y marinos, la acuicultura es una práctica a considerar, si bien plantea problemas tecnológicos y medioambientales similares a los de la agricultura moderna. c) Las microempresas, sean de producción artesanal, transporte, etc., que pueden proporcionar ingresos extras así como servicios a la comunidad. En cuanto al aumento de la producción agrícola, requiere una reorientación de los programas de extensión agraria y formación a favor de los pequeños campesinos, para que mejoren su productividad. En este sentido, el apoyo en insumos y técnicas que se proporcione puede corresponder a dos modelos de agrícultura, aunque frecuentemente sea posible una combinación de ambos: la agricultura moderna y la agricultura sostenible tradicional. En efecto, muchas veces será posible y positiva la introducción de ciertos insumos (semillas mejoradas, fertilizantes químicos, etc.) y de tecnología moderna, elaborados en laboratorios e intensivos en capital, que permitan un incremento productivo, siempre y cuando se cumplan diversas condiciones (capacidad económica de los beneficiarios para sostenerlos, respeto al medio, no aumento de las diferencias sociales, etc.). Sin embargo, ese tipo de agricultura ha planteado numerosos problemas, como ya hemos visto. Por esta razón, ya desde los años 70 se ha subrayado, como hizo expresamente la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo de Río de Janeiro de 1992, el potencial de la agricultura sostenible como medio para mejorar la seguridad alimentaria, aliviar la pobreza y preservar el medio ambiente. Es un tipo de agricultura que emplea recursos locales y renovables, así como tecnologías medioambientalmente inocuas y de bajo coste, con lo que minimiza el uso de insumos externos y garantiza su autosuficiencia y sostenibilidad. En definitiva, la estrategia puede consistir en reforzar la agricultura sostenible tradicional, introduciendo técnicas o cultivos utilizados tradicionalmente en otros lugares con características ecológicas similares. Un objetivo frecuente en los proyectos agrícolas consiste en el apoyo a la creación de huertos domésticos para la producción de verduras. Éstos permiten no sólo incrementar la producción de alimentos, sino también diversificar y enriquecer dietas habitualmente pobres en vitaminas y minerales, así como proporcionar ingresos económicos a las mujeres, que suelen ser las encargadas de su cultivo. Sin embargo, los huertos requieren factores que pueden ser escasos, como son mucho tiempo y dedicación, agua y, a veces, formación e insumos externos. Además del aumento de la producción, las mejoras en cuanto a su almacenamiento y procesamiento son también esenciales para mejorar los ingresos y sistemas de sustento de los campesinos pobres. Los graneros o silos, individuales o comunitarios, permiten almacenar alimentos para el autoconsumo, aliviando períodos de escasez o de crisis (meses anteriores a la siguiente cosecha, procesos de aumento de los precios o de hambruna, etc.), así como comprar alimentos cuando su precio está más bajo (en el tiempo de cosecha). Se puede optar bien por la mejora de los sistemas tradicionales de almacenamiento, con materiales locales, o bien por la introducción de otros con materiales más caros pero también más resistentes. En cuanto al apoyo al procesamiento de los alimentos, diferentes técnicas pueden ahorrar tiempo de trabajo a las mujeres, encargadas habitualmente de estas tareas. Los molinos mecánicos de cereal, por ejemplo, evitan la costosa molienda manual. Sin embargo, hay que asegurarse de que haya usuarias suficientes con dinero para costear el servicio, que éste quede bien organizado con responsabilidades claramente asignadas y bajo el control de las mujeres, y que la tecnología sea sencilla y los repuestos fácilmente disponibles (Eade y Williams, 1995:530). Otra área de intervención importante son los proyectos de microcréditos, por cuanto los pobres no tienen acceso a la banca comercial y los préstamos de los usureros suelen tener condiciones muy gravosas. Los préstamos, que pueden concederse por ejemplo por bancos de pobres, fondos rotatorios o diversos tipos de cooperativas de campesinos, permiten realizar inversiones con los que incrementar la producción agrícola, o la puesta en marcha de microempresas. Resultan particularmente útiles cuando los préstamos se acompañan de servicios de asesoramiento técnico sobre las inversiones que se vayan a realizar. El apoyo a la comercialización es igualmente esencial para mejorar los ingresos de los campesinos, como ocurre también con los pastores. Hay que subrayar que uno de los principales factores que perpetúan su pobreza suele radicar en su dependencia respecto a unos pocos comerciantes, los que disponen de medios de transporte y capital, que monopolizan el mercado y están así en condiciones de imponerles unos precios bajos al comprarles los excedentes y unos precios altos a la hora de venderles insumos agrícolas y otros bienes básicos de consumo. Estos términos de intercambio desfavorables impiden la capitalización de los campesinos. De este modo, la constitución de cooperativas de transporte y comercialización les permite colocar su producción en las ciudades e incrementar sus ingresos, comprar los bienes de consumo y los insumos agrícolas a menor precio, y reducir así los costes de producción. Evidentemente, las intervenciones en este campo requieren un análisis previo del mercado, así como el apoyo a la formación sobre mercados y gestión financiera. En este sentido, el apoyo a la creación de cooperativas de campesinos es un medio esencial para la mejora de sus medios y condiciones de vida. En algunos casos, las cooperativas disponen de tierras comunes trabajadas por sus miembros, pero más habitual suele ser que éstos dispongan de sus propias parcelas y que las cooperativas se centren en la prestación de determinados servicios: comercialización, almacenamiento, procesamiento, créditos, extensión agraria y formación. No menos importante es el apoyo a organizaciones que defienden, por ejemplo, el derecho a la tierra de los campesinos, como es el caso de los Sin Tierra, de Brasil; o que llevan a cabo medidas de presión en defensa de sus intereses y de políticas agrícolas adecuadas para ellos. La cooperación internacional puede apoyarles respecto a la capacitación en gestión y organización, así como en la constitución de redes de coordinación e intercambio de información. Además de lo dicho, otras muchas políticas e intervenciones pueden llevarse a cabo de forma que, superando el llamado sesgo urbano, favorezcan el desarrollo de los pequeños campesinos. En el campo de las infraestructuras, por ejemplo, las carreteras rurales pueden facilitar la conexión de las aldeas con los mercados, favoreciendo la exportación de excedentes, el aumento de la productividad, la diversificación de la economía rural y la amortiguación de las oscilaciones estacionales en los precios que suelen sufrir las zonas aisladas. A su vez, las inversiones en educación y salud también contribuyen a mejorar la productividad, los ingresos y el nivel de vida de los campesinos (ver educación para todos; salud y desarrollo). K. P. Bibliografía
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