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Conflictos civilesKarlos Pérez de Armiño , Marta Areizaga y Norma VázquezConflictos armados librados dentro de las fronteras de un país entre diferentes facciones articuladas por factores étnicos, religiosos o políticos, asociados frecuentemente a intereses económicos. Los conflictos no tienen por qué ser necesariamente violentos, ni tampoco negativos: muchas veces constituyen elementos normales en las relaciones sociales y contribuyen al mantenimiento, desarrollo o cambio de las entidades en el seno de la sociedad (Coser, 1993:103). Precisemos por tanto que aquí nos referimos concretamente a los conflictos de tipo armado, esto es, a aquellos en los que la colectividad no puede gestionar y confrontar sus diferentes intereses de forma creativa, lo que degenera en un ciclo de violencia física. La dinámica del conflicto, por tanto, puede implicar que un conflicto o desacuerdo entre varias partes se convierta en un conflicto armado, que puede ser de baja intensidad, como suelen serlo la mayoría, pero que puede adquirir mayores dimensiones convirtiéndose en un conflicto de alta intensidad, cuando acarrea más de 1.000 víctimas anuales. Los conflictos civiles o internos armados han experimentado un auge desde la segunda mitad de los años 80, y constituyen una abrumadora mayoría de los habidos en la post-Guerra Fría: sólo 3 de los 61 conflictos armados importantes habidos entre 1989 y 1998 fueron entre Estados. El final de la confrontación bipolar ha disminuido el riesgo de una guerra mundial, pero también ha dado lugar a un mundo más inseguro, dada la proliferación de conflictos locales sobre todo en los países pobres. Utilizamos aquí el concepto de conflicto civil como equivalente al de conflicto interno. En realidad, ninguna de las dos denominaciones es plenamente satisfactoria: la primera, porque las personas “civiles” son a lo sumo una parte de los combatientes, estando implicados también militares del ejército o de las guerrillas; la segunda, porque muy pocas veces los conflictos están aislados en cuanto a sus orígenes, evolución o resolución del entorno regional o internacional, implicación externa que puede ser de múltiples tipos: a) Muchos conflictos han sido alentados desde el exterior (como la guerra de Mozambique). b) Suelen generar una desestabilización regional (movimientos de refugiados, choques fronterizos, comercio de armas) que a veces propicia a la intervención de los países vecinos u otros. c) Cuando el Estado pierde el control efectivo sobre su territorio, a veces éste es ocupado por ejércitos de otros países o por determinados grupos político-militares con objeto de utilizarlos como santuarios o bases de retaguardia para la represión o actividades militares (milicias hutus en la República Democrática del Congo). d) Esta tendencia se acrecienta cuando hay una identidad étnica transfronteriza, común en dos países vecinos, que propicia la expansión de los conflictos y su regionalización. Es el caso del conflicto de Somalia, que ha tenido implicaciones para otros países con población somalí (Etiopía, Kenia y Djibuti), de la exYugoslavia, de Ruanda-Burundi o de Transcaucasia. Esta regionalización frecuentemente implica que cada gobierno de la zona apoya a alguna facción rebelde de los países vecinos, y que a su vez afronta la oposición de grupos apoyados desde el exterior. Semejante juego de apoyos regionales suele dificultar seriamente una posible construcción de la paz. Los conflictos civiles se pueden clasificar en diferentes tipos, que difieren en cuanto a sus causas y objetivos, su dinámica, su grado de violencia y su impacto destructivo. Se trata de una distinción teórica, porque en la realidad un mismo conflicto, en diferentes momentos y lugares, suele compartir características de varios de ellos. Los principales son los siguientes: a) Guerras por delegación, resultado de la intervención y apoyo dado por potencias regionales a grupos rebeldes (como Renamo en Mozambique), que fueron más habituales durante la Guerra Fría; b) Guerras de contrainsurgencia, libradas por el gobierno central para sojuzgar una resistencia periférica al poder central (Sudán); c) Guerras de secesión, como la de Eritrea por su independencia de Etiopía durante los 80, o la de los tamiles en Sri Lanka; d) Guerras de liberación o reforma contra regímenes corruptos o represivos, para construir otro orden sociopolítico mejor (Etiopía en los 80) o contra la marginación de determinados grupos étnicos (Uganda) (Cliffe y Luckham, 1999:35-37). Ahora bien, a los anteriores habría que sumar otro tipo, el más habitual en la post-Guerra Fría, característico de los numerosos Estados fallidos en proceso de disgregación. Se trata de las rebeliones contra el poder central en descomposición, por parte de políticos (Taylor en Liberia) o militares desafectos (General Aideed en Somalia), que frecuentemente acaban convirtiéndose en los denominados señores de la guerra. En efecto, uno de los cambios más importantes desde finales de los 80 es que guerras que comenzaron siendo de liberación, secesión o reforma política, han evolucionado por la propia dinámica del conflicto y los intereses económicos asociados al mismo, de modo que han acabado convirtiéndose en guerras de señores de la guerra. Esto ha ocurrido, por ejemplo, con el SPLA del sur del Sudán y sus diversas facciones. Los conflictos internos armados también presentan diferencias en cuanto a sus resultados, que suelen ser los siguientes: a) Victoria plena del movimiento o movimientos rebeldes e instauración de un nuevo régimen (Zaire/Congo, Uganda, Ruanda, Etiopía, Albania). b) Creación de facto de un nuevo Estado (Eritrea, Somalilandia, Bosnia). c) Paz negociada con posibilidad de compartir el poder (Mozambique, Liberia, Nicaragua, El Salvador, Camboya, Georgia, Sierra Leona). d) Situación de tablas (Sudán, Angola, Argelia, Afganistán, Sri Lanka, Burundi). e) Perpetuación del colapso del Estado (Somalia) (Cliffe y Luckham, 1999:42). Uno de los principales componentes de los conflictos civiles recientes es la exacerbación y manipulación de la identidad étnica, religiosa o nacional con un carácter exclusivista y hostil hacia los demás grupos. Coincidiendo con el derrumbe del bloque socialista, en los años 90 se ha asistido también a un hundimiento de los principios movilizadores universales, como la lucha de clases, que antes permitían aglutinar a grupos con identidades étnico-religiosas diversas a favor del proyecto revolucionario nacional. Por el contrario, en el mundo de la Guerra Fría, calificado por algunos como post-ideológico, la identidad de clase ha sido desbancada por la étnica o religiosa, y los objetivos revolucionarios universalistas por intereses más particulares. La movilización de los afectados por la crisis o la pobreza se articula sobre todo en base a la exacerbación de sus identidades particulares, que frecuentemente determinadas elites estimulan en oposición a otras como medio de asegurarse una clientela política. En numerosos países, como en muchos de África, los grupos étnicos suelen corresponderse a facciones políticas determinadas, que unas veces ostentan el poder y otras componen las fuerzas rebeldes. De este modo, si bien las guerras civiles muchas veces son plasmación de rivalidades tribales o étnicas tradicionales, también presentan un trasfondo político y económico. 1) Contendientes y estrategias Otra característica de los conflictos civiles radica en la composición de sus contendientes. A diferencia de las guerras entre Estados libradas por sus ejércitos regulares, aquí participan también otros grupos armados, que van desde las guerrillas insurgentes bien organizadas hasta, cada vez más, milicias y bandas paramilitares locales con poco sentido de la disciplina, sin casi cadena de mando ni programa político. Muchos de estos grupos están liderados por los ya citados señores de la guerra, un concepto acuñado en China durante los años 20, cuando el desmoronamiento institucional y la decadencia del poder central encumbró fuertes liderazgos político-militares de base local o regional que ansiaban expandir sus áreas de influencia. Los señores de la guerra, por tanto, son caudillos locales que asumen funciones políticas, militares y económicas. Es decir, constituyen nuevas formas de articular el poder en contextos de crisis económica y de desvertebración de las estructuras políticas, como ocurre en muchos de los Estados débiles o Estados frágiles de África o la antigua URSS. Esta forma de organización suele adoptar dos niveles diferentes: los grupos, con meras aspiraciones regionales (como Inkhata, de los zulúes sudafricanos), y los movimientos, constituidos por diferentes grupos locales, cuyas aspiraciones a veces pueden ser nacionales (como la UNITA en Angola) (Duffield, 1992:18). Las estrategias militares también han experimentado un cambio. No son ya guerras campales entre ejércitos regulares, en los que el objetivo sea la derrota del enemigo, su capitulación y la conquista del territorio. Ahora la mayoría de los conflictos tienen un sustrato étnico y con frecuencia es difícil diferenciar entre las nociones de “soldado” y “civil”. En consecuencia, sobre todo en los conflictos armados más graves, el objetivo militar es la población civil misma: consiste en la ruptura de la cohesión socioeconómica del grupo étnico enemigo, mediante su desplazamiento forzoso, o mediante el control o destrucción de sus sistemas de sustento (cultivos, ganado, circuitos comerciales, etc.), para sojuzgarle políticamente. Para ello se llevan a cabo tácticas y métodos como el hambre como arma de guerra, la tierra quemada, las incursiones de pillaje y destrucción de los recursos productivos, la obstaculización del reparto de ayuda, las violaciones de mujeres, el éxodo forzoso, la limpieza étnica, e incluso el genocidio. Las estrategias militares, como señala De Waal (1992:2-3) para el caso de África, han experientado una progresiva degradación, siendo aquéllas de tres tipos: a) Estrategia de contrainsurgencia convencional, basada en ejércitos regulares de conscriptos (guerra entre Etiopía y Eritrea). b) Estrategia de contrainsurgencia irregular, con el uso de milicias o paramilitares al servicio del ejército, coordinados por el gobierno, a veces armados por él, pero no retribuidos, por lo que recurren al saqueo (Uganda). c) Anarquía o caos: caracterizada por la lucha de diferentes grupos armados que no llegan a ejercer ninguna forma reconocible de control gubernamental sobre el territorio o la población. Pueden tener aspiraciones de gobernar, pero carecen de control central, sus acciones son indisciplinadas y viven del saqueo, incrementando las perturbaciones del conflicto. En muchos países se ha pasado de la “a” a la “b”, y en ocasiones se ha caído en la “c”, como ocurrió en Mogadiscio en 1992 y después en Sierra Leona o Liberia, con la quiebra de las estructuras económicas y políticas que dejó vía libre al pillaje de las bandas militares. 2) Economía política de la guerra Como vemos, los conflictos civiles recientes vienen determinados no sólo por factores identitarios, sino también por los intereses económicos. Los economistas neoclásicos han considerado las guerras como acontecimientos irracionales desde el punto de vista económico, pues suponen la destrucción de capital, la pérdida de ventajas comparativas para producir, etc. Sin embargo, algunos autores (Keen, De Waal, Duffield) han cuestionado esa visión, al reinterpretar los conflictos a partir de lo que denominan economía política de la guerra. En su opinión, los conflictos no provocan una destrucción irracional de la sociedad y la economía, sino una reordenación de la primera mediante unas nuevas formas de poder (los señores de la guerra), y de la segunda mediante la citada economía política de la guerra. El conflicto es el mecanismo mediante el cual se configuran y expanden esas nuevas formas de poder y de economía política, que constituyen una respuesta al debilitamiento o colapso del Estado, y a la marginación y crisis económicas. La principal aportación de estos autores ha consistido en definir la funcionalidad que el conflicto cumple para cada actor del mismo. Aunque la guerra es irracional en términos macroeconómicos, para algunos genera cuantiosos beneficios económicos, por lo que no resulta tan irracional. En efecto, aunque en las guerras hay víctimas o “perdedores”, también hay “ganadores”. Son los sectores poderosos (militares, políticos, comerciantes) que utilizan la violencia, la limpieza étnica y los desplazamientos forzosos, e incluso la hambruna deliberadamente provocada, como medios para despojar a los sectores vulnerables de sus recursos económicos (tierra, ganado, reservas), o forzarles a venderlos a precio de saldo. El hostigamiento militar del gobierno de Jartum contra el sur del Sudán, aunque justificado sobre la base de razones religiosas, es un ejemplo al caso. Los recursos captados de esa forma se comercializan a través de complejas redes de economía paralela o clandestina, que trafican a escala nacional e internacional. Estas redes han aflorado gracias al hundimiento de la economía formal debido a la crisis económica, así como al colapso del Estado y la corrupción. Están controladas por empresarios, políticos y por los propios señores de la guerra, y suelen estar asociadas a determinados grupos étnicos, clanes o facciones del Estado. Dado el carácter ilícito de sus actividades, el mantenimiento de estas redes (la protección de sus medios logísticos, comunicaciones, zonas de control, etc.) se lleva a cabo por medios violentos, lo cual lleva al choque entre los grupos que las sustentan. En definitiva, muchas de las guerras civiles actuales, justificadas por la confrontación étnica, religiosa o política, responden en gran medida a la lucha por el mantenimiento de una determinada economía política de la guerra, como el control de la producción y el comercio del opio en Afganistán, o el control de la producción de diamantes en Liberia o Angola. 3) Conflictos medioambientales Del mismo modo, numerosos conflictos aparentemente étnicos esconden una lucha por el control de determinados recursos naturales, frecuentemente en un contexto en el que éstos son cada vez más escasos o en el que existe un desigual reparto y acceso a los mismos. Son los que algunos denominan conflictos medioambientales, esto es, conflictos persistentes, de baja intensidad, que bajo determinadas circunstancias pueden arreciar y agitar viejas rencillas comunitarias, étnicas o religiosas, pudiendo incluso motivar la guerra civil (Blench, 1997). Estos conflictos se dan sobre todo, aunque no sólo, en países de baja renta, con una población con un alto nivel de vulnerabilidad y donde la principal actividad es la agropecuaria. En ellos, la pérdida del control de los recursos medioambientales representa una seria amenaza para los sistemas de sustento y la seguridad alimentaria de las personas (ver también titularidades medioambientales). Varios son los factores que incrementan la escasez de recursos y el impacto del desigual acceso a los mismos, propiciando con ello los conflictos medioambientales: a) La degradación del medio ambiente, como la erosión y pérdida de fertilidad de la tierra, la deforestación (ver bosques) y la escasez del agua (ver agua y saneamientos). b) La usurpación de los derechos de acceso a la tierra o al bosque, al agua, a la caza y a otros recursos y usos que proporciona el medio ambiente, llamados titularidades medioambientales. Este proceso de despojo suele producirse por la instalación de grandes granjas mecanizadas, presas, minas, o reservas de caza o de conservación medioambiental. Estos proyectos de desarrollo han privado a muchas comunidades de sus formas de vida, y en ocasiones les han obligado a desplazarse (ver migraciones forzosas), o cuando menos han implicado un choque entre los foráneos que buscan una rentabilidad económica rápida de los recursos explotados y los locales que quieren mantener de forma sostenible una fuente de recursos para su economía de subsistencia. c) El rápido crecimiento de la población (ver demografía), que ha dado lugar a una menor disponiblidad de tierra per cápita, y a una sobreexplotación de los recursos (cultivos, pastos, bosques, acuíferos, etc.). d) Los intereses divergentes entre campesinos y pastores, unos necesitados de tierras de cultivo y otros de amplios pastos. Estas diferencias no han supuesto un problema cuando la tierra era abundante, pero han arreciado conforme ha crecido la población, ha aumentado la demanda urbana de productos agrícolas, y se ha expandido la agricultura a tierras que antes eran pastos o zonas de caza. Así, por ejemplo, en Ruanda la alta densidad demográfica en las últimas décadas influyó en el incremento de la rivalidad entre tutsis (generalmente pastores) y hutus (agricultores) por una tierra crecientemente escasa. Igualmente, en muchas zonas semiáridas de África, los pastores y cazadores-recolectores se han visto desplazados por la expansión del área cultivada, provocando el incremento de la conflictividad. Las rivalidades por los recursos pueden adquirir diferentes formas. A veces son conflictos intercomunitarios o entre diferentes grupos étnicos. En otras ocasiones, sin embargo, son conflictos de comunidades o colectivos enteros, frecuentemente marginales y de escaso peso político, con el Estado, cuando éste defiende y promueve que determinados grupos poderosos o empresas exploten el territorio o recursos de aquéllos (como en zonas Brasil, o en el Sur de Sudán). 4) Mujeres en el conflicto Un aspecto que viene mereciendo una creciente atención en la bibliografía (Byrne, 1995; El-Bushra y Piza-López, 1994) se refiere al impacto que los conflictos acarrean para la situación específica de las mujeres, un aspecto tradicionalmente soslayado. Aunque algunos estudios señalan su papel como perpetradoras de violencia (caso del genocidio de Ruanda) o el ocasional beneficio que en términos de protagonismo social pueden obtener durante el conflicto, se constata que en la gran mayoría de los casos las mujeres se ven gravemente afectadas por la guerra en varios planos: a) En primer lugar, los conflictos actuales, cuyas principales víctimas son civiles, dan lugar a un incremento de la inseguridad física de las mujeres, quienes en gran medida son objeto de violaciones sexuales empleadas como arma de guerra para humillar y erosionar la cohesión social de la comunidad enemiga (ver mujeres, violencia contra las). Según O’Connell (1993:2), las organizaciones de derechos humanos tradicionalmente han centrado su atención en determinadas violaciones de derechos por lo general sufridas principalmente por los hombres (encarcelamiento, tortura, asesinato), en tanto que las sufridas sobre todo por mujeres, como las violaciones, quedaban invisibles para todos. Sin embargo, la guerra de la antigua Yugoslavia ha puesto de relieve la existencia y la importancia de la violación sexual como un crimen de guerra que requiere ser investigado y castigado, y que comienza a recibir atención por las organizaciones humanitarias. b) En el plano socioeconómico, la merma del bienestar y de los sistemas de sustento que provocan las guerras tienden a castigar en mayor medida a las mujeres. La desestructuración y paralización de las actividades económicas, así como la destrucción violenta o el éxodo, dan lugar a un incremento de la penuria y la miseria, que afecta sobre todo a las mujeres en la medida en que son ellas las responsables del cuidado y sustento de los familiares dependientes. Esta situación se ve agravada cuando falta el apoyo masculino, en el caso de las familias monoparentales (ver mujeres, hogares encabezados por) o cuando los hombres están combatiendo. En este contexto, una vía para obtener los ingresos con los que subsistir es el recurso a actividades como la prostitución, un fenómeno que se incrementa durante los conflictos y que genera rechazo social y familiar. Por otro lado, el conflicto sobrecarga a las mujeres con nuevas responsabilidades, relativas al cuidado de heridos, enfermos, huérfanos y otros colectivos afectados por aquél. c) En tercer lugar, los cambios sociales asociados a los conflictos desencadenan transformaciones en los roles de género femeninos que, como hemos visto, resultan gravosos para las mujeres (ver género, roles de). Sin embargo, en algunas ocasiones tales transformaciones resultan positivas y estimulan el empoderamiento de aquéllas. Así, por ejemplo, en la República Árabe Saharaui Democrática y en Eritrea, las mujeres han sido capaces de desarrollar durante el conflicto habilidades antes desconocidas por ellas mismas y de romper las restricciones de su dedicación exclusiva a la vida privada, desarrollando nuevos liderazgos y fortaleciendo sus capacidades individuales y colectivas. Sin embargo, experiencias como las de Argelia, Nicaragua o El Salvador muestran que tales avances suelen ser parciales, contradictorios y susceptibles de perderse una vez finalizada la guerra. 5) Impacto y consecuencias En conclusión, todas las características de los conflictos civiles recientes que hemos visto (implicación de los civiles, degradación de las tácticas, pillaje, violencia y hambruna para el despojo, etc.) hacen que resulten mucho más destructivos que las antiguas guerras convencionales entre ejércitos regulares. El objetivo es la población civil enemiga, lo que provoca que en la actualidad el 90% de las víctimas sean civiles y el 10% militares, proporción inversa a la de principios del siglo XX. Algunos de sus principales costes del conflicto son los siguientes: a) El freno al desarrollo económico: la guerra reduce drásticamente la actividad y el crecimiento económicos, auyenta las inversiones nacionales y extranjeras, e incrementa la deuda externa. A esto se le añade la obstaculización que imponen a largo plazo las minas antipersonales al uso de tierras y vías de comunicación. b) La destrucción de los medios productivos: inutilización de factorías, quema de cultivos, destrucción del equipamiento, muerte del ganado, deforestación, etc. c) La destrucción de servicios e infraestructuras: muchas veces, el sistema educativo o sanitario, la red de aguas o, sobre todo, los transportes, son objetivo militar para lograr la desmoralización de la sociedad o el socavamiento de su apoyo al gobierno. Acarrea perjuicios tanto inmediatos (insalubridad, epidemias) como para el desarrollo futuro al paralizar la formación de nuevas generaciones. d) Las migraciones forzosas de la población civil, por las que muchas personas perseguidas o cuya seguridad peligra se convierten en desplazados internos o en refugiados[Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados,ver ACNUR, Refugiado: definición y protección, Refugiados, Campo de, Refugiados: impacto medioambiental, Refugiados medioambientales, Refugiados: problemática y asistencia, Reintegración de refugiadosy desplazados, ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados), Salud de los refugiados]. e) Las crisis sanitarias, con la proliferación de epidemias debido a la quiebra de los servicios de salud, los desplazamientos de la población y su hacinamiento en condiciones de insalubridad en núcleos urbanos o campos de ayuda. Estas crisis sanitarias suelen ser una de las principales causas de aumento de mortalidad en las situaciones de conflicto civil y hambruna. f) El deterioro de la seguridad alimentaria, como consecuencia de factores como la destrucción de la producción agrícola; la pérdida de los sistemas de sustento y el empobrecimiento de los grupos vulnerables; la dificultad para que la población implemente sus estrategias de afrontamiento (la violencia obstaculiza sobre todo las que requieren desplazamiento: búsqueda de alimentos silvestres, emigración laboral, etc.), y el impedimento del acceso a las víctimas para proporcionarles ayuda alimentaria. Por todos estos motivos, a los que se suma la proliferación de epidemias por el desplazamiento poblacional y la insalubridad reinante, los conflictos armados han sido los principales causantes de las hambrunas más mortíferas de las últimas dos décadas. g) La perturbación de las relaciones sociales y familiares: confrontación social, hundimiento del tejido asociativo, fragmentación de las comunidades y familias, subversión de la escala de valores, deterioro de las relaciones de género en perjuicio de las mujeres, etc. La proliferación de conflictos civiles ha supuesto un desafío en múltiples frentes. En primer lugar, para la acción humanitaria[Acción humanitaria:debates recientes, Acción humanitaria:fundamentos jurídicos, Acción humanitaria: principios , Mujeres y acción humanitaria , Acción humanitaria:concepto y evolución] internacional, que tiene que actuar cada vez más en contextos de violencia que obligan a priorizar la protección a las víctimas, abordar dilemas éticos y operativos importantes, y prestar gran atención a la seguridad en el trabajo humanitario. En segundo lugar, también representa un desafío para el derecho internacional humanitario, vigente en situaciones de guerra, que en gran parte está pensado para conflictos internacionales más que civiles. En tercer lugar, ha dejado en evidencia las limitaciones del sistema de naciones unidas, que fue creado para garantizar la paz y seguridad internacionales, concebidas éstas en base a la integridad territorial de los Estados, y para responder a las crisis cuando surgieran. En consecuencia, no está adecuadamente dotado ni para la prevención de conflictos, ni para intervenir en los de carácter interno, si bien es cierto que el creciente cuestionamiento en determinados casos de la soberanía estatal como principio absoluto viene abriendo nuevos espacios de actuación. Por último, tanto en el plano teórico como en el operativo existe todavía una insuficiente comprensión de la compleja interrelación de factores locales, como los identitarios o los de la economía política de la guerra y su articulación en redes sumergidas, que estimulan la reproducción de la violencia (Pérez de Armiño, 1996:29-32). K. P., con M. A. y N. V. Bibliografía
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