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Cooperación técnicaJorge GutiérrezCooperación centrada en el intercambio de conocimientos técnicos y de gestión, con el fin de aumentar las capacidades de instituciones y personas para promover su propio desarrollo. La cooperación técnica abarca una amplia gama de actividades: asesoría, programas de becas, apoyo institucional, apoyo al diseño de políticas, capacitación, formación, etc. Su importancia con relación a la cooperación internacional en su conjunto es difícil de estimar, ya que frecuentemente muchas de estas actividades suelen ser incluidas en la ejecución de los proyectos o programas de ayuda. Sin embargo, como dato orientativo, el cad (Comité de Ayuda al Desarrollo, 1995:73) estimó que en 1989 el 25% de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) bilateral se orientó a actividades de cooperación técnica, sin tener en cuenta las partidas incluidas en los proyectos. Los principales objetivos de la cooperación técnica son dos (Alonso, 1999:329-30). En primer lugar, contribuir a crear las bases para un desarrollo sostenido y endógeno. Frente a la antigua visión limitada al capital físico, la teoría del crecimiento económico insiste actualmente en la importancia que, para promover el desarrollo, tienen factores endógenos como son el capital humano y el marco institucional. En segundo lugar, incrementar la eficacia de la ayuda exterior, la cual depende en gran medida de la capacidad de absorción de tal ayuda que tenga el país beneficiario, esto es, de su capacidad institucional y de gestión. Por tal razón, la cooperación técnica se orienta hacia el refuerzo de éstas. Las funciones de la cooperación técnica pueden clasificarse en ocho grupos (Alonso, 1999: 329): a) Asesoría de alto nivel, o consejo político; b) Asistencia: tarea técnica específica con un resultado definido; c) Cobertura de necesidades: provisión de un servicio regular en tanto no se generen capacidades locales; d) Asesoría operativa: provisión de asesoría y capacitación técnica; e) Enseñanza formal: vinculada a los procesos formativos reglados; f) Dinamización: ayuda a un grupo, institución o comunidad para incrementar su capacidad (combinando las funciones de capacitación y asesoría); g) Facilidades: provisión de apoyo para permitir el acceso de los países en vías de desarrollo a las capacidades e instituciones de los países desarrollados; h) Vigilancia: provisión de personal en el exterior para controlar las operaciones. Entre los diversos intrumentos y modalidades de la cooperación técnica, el cad (1995:86-8) estima como prioritarios los de formación, por su papel clave en el desarrollo de recursos humanos e instituciones. Los mecanismos a utilizar en cada caso (becas, formación formal o no, etc.) deberán decidirse previo estudio de las necesidades sectoriales y de la realidad económica, y teniendo en cuenta su impacto, por ejemplo en el campo de las relaciones de género. Las orientaciones del CAD (1995:83-84) contemplan el apoyo al sector privado como una de las líneas de acción de la cooperación técnica, si bien insisten en la necesidad, como requisito previo, de un sector público eficiente. A tal fin propone medidas como el desarrollo de instituciones y cámaras de comercio, asesoramiento en políticas macroeconómicas o sectoriales, creación de marcos jurídicos adecuados, etc. También advierte del peligro de que la intervención en materia de cooperación técnica pueda crear distorsiones en la competencia. La propia naturaleza de la cooperación técnica, y su objetivo de ser una base para el desarrollo a largo plazo, subrayan la necesidad de que se lleve a cabo mediante programas amplios (CAD, 1995:80-82). Esto permite evitar la dispersión de intervenciones por parte de diferentes donantes, y facilita su inserción en los planes de desarrollo y en los presupuestos nacionales de los países beneficiarios. Por otro lado, los sistemas llamados NaTCAP (sistemas de evaluación de programas nacionales de cooperación técnica), además de medir la eficacia de la ayuda, pueden contribuir a mejorar el diálogo entre los países donantes y los beneficiarios, cediendo la iniciativa y protagonismo a estos últimos en todas las fases, y superando los enfoques centrados en la superioridad técnica de los primeros. Es interesante señalar la existencia también de una cooperación técnica Sur-Sur. Uno de los primeros movimientos en este sentido es el promovido por el Banco Interamericano de Desarrollo, cuyos países prestatarios se proporcionan entre sí asistencia técnica intrarregional desde 1976, lo cual, además de transferir conocimientos, contribuye al refuerzo de los vínculos institucionales. Por otra parte, la cooperación técnica se realiza también a cierto nivel por parte de las ong[ONG, Redes de, ONG (Organización NoGubernamental)] en el marco de sus proyectos, sobre todo los centrados en microempresas y microcréditos, facilitando el acceso a la formación, al asesoramiento técnico o al capital. El hecho de que en estos casos las mujeres habitualmente cuenten con una participación importante, hace aún más preciso el realizar previamente un análisis de las necesidades y del impacto de la intervención en lo referente a las relaciones de género, como indica Harting (1996). En efecto, pese a lo que erróneamente se ha asumido en el pasado, la técnica no es neutral. De este modo, la cooperación técnica puede tener múltiples repercusiones, tanto positivas como negativas, no sólo en el plano productivo, sino también en el de las relaciones sociales (cohesión y equidad social, relaciones de género, redes sociales, etc.). La desconsideración de estos posibles perjuicios es una de las razones que ha motivado la crítica por inadecuada de la denominada transferencia de tecnología, entendida como el mero envío de conocimientos técnicos desde los países desarrollados hacia los países pobres. La transferencia de tecnología es una determinada forma de entender la cooperación técnica, que fue alentada por los enfoques del desarrollismo o la modernización, predominantes en el pensamiento sobre el desarrollo en los años 50 y 60. Éstos concebían el desarrollo como un proceso de crecimiento económico y de modernización, basado en la eliminación de las estructuras tradicionales, cuya escasa productividad se veía como causa del subdesarrollo, y la sustitución por otras modernas y occidentales. En otras palabras, el único camino para el desarrollo era la importación de las ideas, sistemas políticos, capitales y, por supuesto, tecnología de los países desarrollados. Una plasmación práctica de este enfoque fue la revolución verde, consistente en una transferencia de tecnología agrícola a determinados países para aumentar su producción alimentaria. El modelo desarrollista y la transferencia de tecnología así entendida ha generado múltiples críticas, pues en muchos países pobres habría dado lugar a una dependencia tecnológica del exterior, un abundante gasto de divisas con el consiguiente endeudamiento, un incremento de las desigualdades sociales y un deterioro medioambiental, entre otros perjuicios. De este modo, con la aparición de nuevos modelos de desarrollo no limitados al crecimiento económico, desde los años 70 han emergido nuevas propuestas que critican la transferencia de tecnología como una práctica jerárquica Norte-Sur, basada en análisis de las necesidades realizadas por técnicos foráneos a las comunidades y que ignora los conocimientos tradicionales de éstas. Se trata de los llamados enfoques participativos (como el diagnóstico rural rápido y el diagnóstico rural participativo), así como del enfoque denominado conocimiento de la población rural, o del de la tecnología apropiada. Todos ellos han inspirado el trabajo de numerosas organizaciones en las últimas décadas, y, en conjunto, se caracterizan por buscar un desarrollo autocentrado, participativo, equitativo, que valore y tome como base los conocimientos y recursos locales (Chambers, 1997; Scoones y Thompson, 1993). J. G. Bibliografía
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