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Desarrollo urbanoJokin Alberdi y Jonatan RapaportLas ciudades afrontan diversos problemas de desarrollo específicos, que requieren un análisis y tratamiento diferenciado a los habituales en los contextos rurales. Si bien es su población quien los sufre directamente, muy en particular los sectores pobres y excluidos, también afectan en buena medida a los habitantes rurales, en cuanto que se ven implicados en la necesidad de satisfacer las necesidades urbanas. Gran parte de esos problemas se derivan del acelerado crecimiento de las ciudades. La población urbana ha aumentado significativamente en la segunda mitad del siglo XX, representando en 1999 el 47% de la humanidad, esto es, 2.800 millones de personas. En la actualidad experimenta un incremento de unos 60 millones anuales, casi todo él, como durante las décadas pasadas, en los países en vías de desarrollo. Dicho crecimiento se espera que continúe e incluso se acelere en el futuro, de modo que para el año 2025 las ciudades albergarán a más de dos tercios de la humanidad (WRI, 2000). Resulta significativo que si en 1960 sólo existían dos megaciudades con más de 10 millones de habitantes (Nueva York y Tokio), en 1999 eran 17, de ellas 13 en países en desarrollo; y que para el 2015 serán 26, de las cuales sólo 4 pertenecerán a países desarrollados (FNUAP, 1999:25-6) (ver demografía). El rápido crecimiento de la población urbana responde a diferentes causas: en la mayoría de las urbes latinoamericanas la razón principal es el crecimiento demográfico natural, mientras que en las africanas es más importante la emigración del campo a la ciudad (Harpham, 1994:113). En conjunto, este desplazamiento parece ser responsable de un 40% del aumento de la población urbana, y es motivado por las dificultades que afrontan los pequeños campesinos (dificultad de acceso a la tierra, deterioro de ésta, falta de apoyo e inversiones públicas, empobrecimiento, etc.), así como por las expectativas de una mejora en cuanto al empleo, el acceso a los servicios públicos básicos (como salud y educación) y nivel de vida general. Además, a veces algunos de los que llegan a las ciudades son desplazados internos como consecuencia de migraciones forzosas motivadas por catástrofes naturales o, más frecuentemente, por conflictos armados y emergencias complejas, en cuyo caso se busca en la ciudad una seguridad física de la que se carece en el campo. Ciertamente, el proceso de urbanización puede ofrecer muchos beneficios a las sociedades en desarrollo. Por lo general, las ciudades concentran gran parte de la creatividad humana y las formas más avanzadas de organización social, de modo que brindan numerosas oportunidades en materia de servicios, promoción social y actividad económica. De hecho, en muchos países aportan el 60-80% del Producto Nacional Bruto (FNUAP, 1996:1). Sin embargo, con frecuencia el crecimiento de las ciudades se ha producido a un ritmo tal que ha desbordado su capacidad para proporcionar los empleos, viviendas, servicios e infraestructuras necesarios. Este factor, junto a otros como la crisis económica o el impacto socioeconómico de los programas de ajuste estructural, han contribuido a un deterioro de las condiciones de vida de los colectivos urbanos desfavorecidos. Los gobiernos nacionales y locales, aquejados en los países en desarrollo de una falta crónica de recursos materiales y humanos, se han visto también sobrepasados por la realidad, de forma que, en lugar de planificar por anticipado el proceso de urbanización, se han limitado y limitan a paliar su impacto y desajustes (GTZ, 1996b:1). De este modo, una buena parte de la población de las ciudades de los países en desarrollo, e incluso determinados sectores urbanos excluidos en las ciudades de los países desarrollados, el llamado cuarto mundo, se ven afectados por problemas como la pobreza, el desempleo, las viviendas precarias (frecuentemente en asentamientos ilegales sobre los que pende la amenaza del desalojo forzoso), la falta de servicios de agua y saneamientos, y el hacinamiento en condiciones de insalubridad. Se estima que en 1996 alrededor de 600 millones de habitantes de zonas urbanas no podían satisfacer de forma adecuada sus necesidades básicas de vivienda, empleo, agua y atención sanitaria (Gaanderse, 1998:27). En algunas ciudades como Kinshasa, Calcuta, Casablanca o Bogotá, estos habitantes llegan a constituir más del 60% de la población (Tabibzadeh et al., 1989:26). Como respuesta a la falta de empleos estables, una buena parte de los pobres urbanos se ganan la vida mediante multitud de actividades, generalmente a pequeña escala y en la calle, en el marco de la economía informal, que ha experimentado como consecuencia un importante auge. A los problemas mencionados habría que añadir otros como la saturación y carestía del transporte público, la eliminación de aguas sucias y basura, la absorción y urbanización de una creciente extensión de suelo, la contaminación del aire y del agua, la construcción de viviendas en localizaciones expuestas a catástrofes naturales (corrimientos de tierra, inundaciones, avalanchas), la violencia social o doméstica, el abuso del alcohol y las drogas, así como el estrés y otras enfermedades psicosociales. Algunos de estos problemas se ven acrecentados por el hecho de que las redes sociales y los mecanismos comunitarios de solidaridad habituales en las sociedades campesinas (ver capital social y economía moral) son mucho más débiles en el medio urbano, en la medida en que también lo son la familia extendida o las pautas de vida tradicionales. A esto se añade el hecho de que algunos inmigrantes procedentes de zonas rurales pueden encontrar dificultades de integración, al chocar sus hábitos sociales con los propios del medio urbano. Los problemas urbanos y las medidas necesarias para afrontarlos han adquirido relieve en la agenda política internacional. En general, se asume que la respuesta al reto de eliminar la extrema pobreza y de satisfacer las necesidades básicas determinará en gran medida la viabilidad de los núcleos urbanos. Así, en la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo celebrada en El Cairo en 1994 se señalaron varios objetivos esenciales para posibilitar un crecimiento urbano dinámico: a) proporcionar atención primaria de salud universal antes del año 2015 (incluidos los servicios de salud reproductiva, planificación familiar y salud sexual); b) reducir las diferencias de género en la educación y garantizar una educación para todos antes del año 2015; c) garantizar la igualdad y la autonomía de la mujer, y d) estabilizar el crecimiento de la población mundial. Del mismo modo, en 1996 se celebró un encuentro sobre el futuro urbano en Estambul, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Asentamientos Humanos (HABITAT II), que trató de avanzar en la satisfacción de las metas universalmente acordadas debido a la importancia vital que éstas tienen para el futuro de las ciudades y para el desarrollo humano. La Declaración de Estambul acentuó la relación entre el desarrollo de los asentamientos humanos sostenibles y: a) el buen gobierno, que supone la actuación transparente y responsable de las autoridades locales y la coordinación con otros actores públicos y privados, b) el acceso legal a la tierra, c) la provisión de servicios básicos y d) la importancia de la participación comunitaria. Por su parte, la cooperación para el desarrollo ha implementado durante las últimas décadas programas y proyectos de desarrollo urbano, proporcionando asistencia técnica y financiera para mejorar las condiciones de vida de los pobres, reducir los costes medioambientales del crecimiento de las ciudades, así como también para aprovechar el potencial que éstas encierran para el desarrollo de los países (GTZ, 1996a). Durante los años 60 los proyectos se centraron básicamente en el aprovisionamiento de viviendas sociales. En los 70 y 80 se tendió a primar la distribución de tierras, la creación de infraestructuras básicas y la mejora de las condiciones de vida en los asentamientos urbanos ilegales. Sólo recientemente se ha prestado atención a la necesidad de ayudar a una adecuada planificación urbana, así como a reforzar las capacidades de los gobiernos locales. Algunas de las principales áreas de intervención en las que se centran los proyectos de desarrollo urbano, sobre todo en barrios pobres, son las siguientes según la GTZ (1996a): a) Legalización y títulos de propiedad: dado que muchos asentamientos en la periferia de las ciudades se han realizado mediante ocupaciones ilegales, el temor al desalojo y la inseguridad jurídica provocan que sus pobladores tengan escasa motivación para esforzarse en la mejora de sus barrios, reformando sus viviendas o promoviendo infraestructuras. Por ello, en las últimas décadas la concesión de títulos legales sobre el suelo ha adquirido importancia como punto de partida de muchos proyectos. b) Financiación: dado que la gran mayoría de los pobres urbanos se ven excluidos del sistema crediticio y bancario, resultan importantes los proyectos de microcréditos y de fondos rotatorios, mediante los cuales conceder préstamos para la construcción de viviendas, la promoción de microempresas, etc. c) Infraestructura técnica: buen número de proyectos se orientan al abastecimiento de agua, esencial tanto para el consumo doméstico como para la producción artesanal e industrial; la construcción de una red de alcantarillado, clave para incrementar el nivel de salud (ver agua y saneamiento); y la mejora de las infraestructuras de transporte, decisivas para la economía urbana y, sobre todo, de los pobres que habitan la periferia y están obligados a largos desplazamientos hasta sus lugares de trabajo. d) Servicios sociales: muchos proyectos tratan de mejorar las infraestructuras en servicios públicos básicos, como la educación y la salud, así como el acceso a los mismos por los grupos más vulnerables, habida cuenta de su potencial contribución al desarrollo, la mitigación de la pobreza y el empoderamiento (ver educación para todos; salud y desarrollo). e) Construcción de viviendas: dado que frecuentemente las viviendas en los arrabales son chabolas o favelas en pésimas condiciones, la construcción de casas dignas es un área prioritaria para la mejora de los barrios y de la calidad de vida de las familias, sobre todo de las mujeres que están a su cuidado. Sin embargo, un problema habitual ha sido que su diseño no se corresponde a la estructura y hábitos de las familias de los países en vías de desarrollo. Tanto en la construcción o reforma de las viviendas como en otros tipos de intervención para la mejora de las infraestructuras, los proyectos de desarrollo urbano suelen descansar en buena medida en la autoayuda de los propios destinatarios: es decir, en la contribución por parte de cada familia, generalmente en forma de trabajo no retribuido, a cambio de las prestaciones proporcionadas por los gestores del proyecto (materiales, apoyo técnico, etc.). Esto permite dar cabida a la participación de la población local, mejorar la sostenibilidad futura de los resultados del proyecto, así como abaratar sus costes. Sin embargo, a veces acarrea como perjuicio que sobrecarga de trabajo a sus destinatarios, sobre todo a las mujeres. En efecto, gran parte de los proyectos de desarrollo urbano no sólo tienen como destinatarias a las mujeres, sino que descansan en gran medida en su habitualmente alta motivación para implicarse en actividades de mejora del barrio, lo que es una garantía de mayor eficiencia en los resultados. Así, muchas intervenciones para la mejora de las viviendas y otras similares van orientadas sobre todo a las familias monomarentales (ver mujeres, hogares encabezados por). Aun así, el análisis de los proyectos urbanos parece demostrar que, aunque las mujeres son destinatarias de muchos de ellos, sus intereses específicos pocas veces son tenidos en cuenta (ver género, intereses y necesidades de). J. Al., con J. R. Bibliografía
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