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Sesgo urbanoKarlos Pérez de ArmiñoPriorización de las políticas públicas de la mayoría de los países del Tercer Mundo a favor de las ciudades y de las clases urbanas, en detrimento del medio rural y de los pequeños campesinos, la cual sería causa de la persistencia de la pobreza rural. El concepto sesgo urbano (urban bias) fue introducido por Michael Lipton (1977), en su célebre libro Why Poor People Stay Poor. A Study of Urban Bias in World Development, un estudio sobre las causas de la perpetuación de la pobreza rural. En su obra, sostenía que el principal conflicto de clase en los países pobres no se da entre el trabajo y el capital, ni entre los intereses extranjeros y los nacionales, sino entre las clases rurales y las urbanas. Dado que las clases urbanas (militares, burocracia, clases medias) son las más poderosas e influyentes, las políticas gubernamentales están habitualmente sesgadas o inclinadas a su favor, en tanto que los pequeños campesinos se ven discriminados y sus recursos son drenados hacia la ciudad. Este sesgo urbano impide la mejora de los ingresos y del bienestar rural en el tercer mundo, y, en definitiva, sería la causa raíz de que el desarrollo no elimine la pobreza rural masiva (ver pobreza urbana y rural). Con esta perspectiva, Lipton cuestiona la teoría neoclásica de la “filtración hacia abajo” o trickle-down, por la que los beneficios del desarrollo capitalista acabarían descendiendo también hasta los pobres (ver desarrollo). Algunos aspectos de este argumento merecerían cierta matización. Por un lado, parece excesivo visualizar un conflicto entre clases urbanas y rurales claramente diferenciadas cuando la pobreza es un fenómeno extendido también en las ciudades y cuando muchos de los habitantes de éstas mantienen sus vínculos con el campo. Por otro lado, el sesgo urbano, más que como la causa última, quizá debería interpretarse mejor como una causa entre otras muchas de la pobreza. Con estas salvedades, la idea del sesgo urbano tiene un gran poder explicativo, por lo que ha sido adoptada por diferentes autores. Así, Devereux (1993:132-133) dice que, en gran parte de los países del Tercer Mundo, la agricultura no ha sido apoyada como fuente de ingresos para la mayoría y de alimentos para todos, sino que ha sido exprimida con el fin de financiar el desarrollo urbano e industrial, absorbiendo sus recursos por tres vías: a) unos retornos de ganancias rurales hacia bolsillos urbanos mayores que las inversiones que fluyen de la ciudad al campo, dando lugar al estancamiento de su producción; b) unos impuestos gubernamentales a la agricultura superiores a los presupuestos orientados a ésta, y c) una relación de precios desfavorable, pues los precios agrícolas se mantienen bajos con objeto de garantizar unos alimentos baratos (y poder contenerse así los salarios para facilitar la industrialización), mientras que el resto de los precios aumentan. Estos tres mecanismos contribuyen a desincentivar y estancar la producción agrícola. El sesgo urbano en las políticas públicas sería el fruto de la convergencia de los intereses de diferentes sectores (industriales, trabajadores urbanos y grandes agricultores), interesados en exprimir a la pequeña agricultura y subsidiar a la grande, a fin de suministrar comida y materias primas baratas a las ciudades (Lipton, 1977:18-19). Igualmente, es consecuencia del escaso peso político del medio rural con respecto al urbano, lo que hace que los gobernantes tengan escaso interés para invertir en él. En efecto, los gobiernos suelen priorizar las necesidades básicas de la población urbana, dado que ésta es más susceptible de desafiar al poder en virtud de su mayor capacidad de movilización y protesta en comparación con la población rural, más dispersa y desideologizada (Malaska y Psychas, 1989:42). Estas desiguales “relaciones de poder” entre el campo y la ciudad se revelan con mayor claridad durante los períodos de hambruna, cuando los gobiernos centran sus mayores esfuerzos en satisfacer las necesidades de los núcleos urbanos, dado que el poder político se asienta en ellos y que su población ejerce mayor presión. De hecho, muchos gobiernos han sido derribados cuando las crisis alimentarias rurales han llegado a las ciudades, como ocurrió con la crisis del Sahel entre 1968 y 1973, o en Etiopía en 1974 con el derrocamiento de Haile Selassie (Timberlake, 1985:12). El sesgo urbano y el desinterés por la agricultura sostenible familiar han acarreado perniciosas consecuencias para la seguridad alimentaria, nacional y familiar, de los países pobres. La falta de inversiones en el campo y los bajos precios de los alimentos han limitado el crecimiento de la producción agrícola, que en varias regiones (especialmente en el África Subsahariana) ha quedado por debajo del crecimiento demográfico. Esto ha generado, en muchos países, una creciente dependencia de las importaciones alimentarias, con el consiguiente coste en divisas. Por otro lado, lo que es aún peor, dado que la agricultura familiar es el sector del que depende gran parte de la población en la mayoría de los países en desarrollo, ésta no ha podido salir de la pobreza. El sesgo urbano es una herencia de la época colonial, en la que habitualmente se priorizó el desarrollo de algunas ciudades portuarias para la exportación (ver colonialismo). A él contibuyen también las dificultades de comunicación y transporte entre el campo y la ciudad, así como el hecho de que las inversiones extranjeras y buena parte de la ayuda internacional se concentren en las zonas urbanas y periurbanas, por razones logísticas, de eficiencia y de visibilidad para sus ejecutores ante los financiadores y los medios de comunicación. K. P. Bibliografía
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