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ColonialismoJokin Alberdi y Karlos Pérez de ArmiñoControl político formal de un determinado territorio o país por parte de otro. En perspectiva histórica, ha representado un proceso histórico mediante el cual los territorios de ultramar fueron incorporados a la economía mundial en clave de desigualdad respecto de los países europeos ricos, a fin de satisfacer las necesidades de expansión económica de éstos, dando lugar a una suplantación de sus estructuras económicas, sociales y políticas. La colonización, o proceso de ocupación de otros territorios, supuso la irrupción violenta y generalizada de los intereses capitalistas europeos en los distintos continentes. Se inició en el siglo XVI, con las primeras conquistas y anexiones de territorios, y continuó hasta bien entrado el siglo XIX. El período colonial resultante se caracteriza por la dominación política y legal sobre las sociedades sometidas, el establecimiento de unas relaciones económicas y políticas de dependencia al servicio de los intereses y necesidades de la economía imperial, y la institucionalización de una nueva estructura social caracterizada por las desigualdades raciales y culturales. Se puede distinguir entre las colonias de dominio-ocupación, donde las elites coloniales controlan militarmente el territorio, y las colonias de poblamiento, en las que los colonos europeos se asientan permanentemente desplazando a las poblaciones indígenas. Estos modelos de colonización tendrán una influencia determinante en los posteriores procesos de descolonización. De forma paralela, también es reseñable la distinción entre el gobierno directo, ejercido por las elites y burocracias de la metrópolis, y el gobierno indirecto, ejercido por instituciones y elites nativas nombradas como representantes de la metrópolis. Los principales objetivos del colonialismo fueron los de proporcionarle a Europa una salida a sus excedentes demográficos (ver demografía), un abastecimiento seguro de materias primas para su pujante industria, así como unos mercados cautivos para las exportaciones de ésta. Para justificar el necesario control político externo se articularon diferentes fórmulas ideológicas, como la función civilizadora o evangelizadora, basadas en la creencia en la inferioridad de los sistemas productivos, sociales y culturales no europeos. El colonialismo se representaba a sí mismo como un impulso benigno que promovía la modernización económica y el avance social, que creaba instituciones e infraestructuras, y que aseguraba la ley y la propiedad privada. La colonización, que fue un instrumento esencial para la expansión mundial del capitalismo, se llevó a cabo con una combinación de estímulos económicos, coacción y violencia. Las leyes del mercado capitalista fueron impuestas en sociedades que estaban anteriormente basadas en economías de subsistencia con estrechos lazos comunitarios, destruyéndose así las formas precoloniales de organización económica y social. Los poderes colonizadores expropiaron las mejores tierras y, en muchos casos, se apoyaron en la colaboración de algunos jefes locales, que fueron por ello reforzados en su poder, lo cual alteró la legitimidad de su autoridad y la relativa igualdad de la sociedad precolonial. Los colonizadores alentaron el enfrentamiento entre los sistemas políticos existentes, o incluso entre grupos étnicos, para dominarlos mejor. Además, las metrópolis impusieron nuevas naciones y Estados con territorios artificiales y donde tales formas de organización no existían, de acuerdo a la conveniencia de la administración colonial (Goss, 1996:243). La perturbación y suplantación de las estructuras locales que supuso la colonización ha marcado fuertemente la realidad y los problemas del desarrollo de lo que hoy se conoce como tercer mundo: no sólo dio lugar a unas relaciones socioeconómicas centro-periferia basadas en la dependencia y desigualdad, sino que además desencadenó procesos y cambios que han incrementado las diferencias sociales, la vulnerabilidad y la falta de seguridad alimentaria de buena parte de la población. Entre tales procesos negativos, y sin olvidar la existencia de grandes diferencias entre unos lugares y otros, podríamos destacar los siguientes: a) La usurpación de los medios de producción, sobre todo de las mejores tierras, muchas de ellas de propiedad comunal. Éstas fueron destinadas a cultivos comerciales de exportación controlados por colonos, con lo que muchos campesinos perdieron la propiedad de la tierra, o el derecho de uso en el caso de las mujeres, y pasaron a convertirse en jornaleros de grandes haciendas. Esto, junto a otros factores, motivó la quiebra de la agricultura alimentaria de subsistencia. Además, la consiguiente escasez de tierra para las necesidades locales favorecieron la rivalidad entre los campesinos y los pastores nómadas. b) La destrucción del comercio tradicional precolonial, que se vio afectado por los nuevos circuitos comerciales, establecidos no para conectar el interior de las colonias sino a éstas con la metrópolis, a fin de satisfacer las necesidades de ésta. c) La alteración de las estructuras sociales y el consiguiente debilitamiento de las redes sociales y de los mecanismos tradicionales de solidaridad comunitaria. En efecto, la nueva economía monetaria orientada al lucro individual así como el incremento de las diferencias sociales socavaron la llamada economía moral, que priorizaba las necesidades de la comunidad. Esto ha representado una disminución del capital social y un aumento de la vulnerabilidad de los colectivos pobres de la sociedad. d) La exposición a nuevas enfermedades expandidas por los europeos, para las que las poblaciones colonizadas no estaban inmunizadas. e) El deterioro ecológico derivado de la práctica de la agricultura comercial de monocultivo, productivista e intensiva en capital, así como de la sobreexplotación de tierras frágiles y marginales en las que ha sido arrinconada la población nativa. Por su parte, el proceso de descolonización se ha llevado a cabo básicamente en tres oleadas. La primera, de 1776 a 1825, supuso la independencia de la mayoría de las colonias americanas. La segunda, de 1867 a 1931, conllevó la concesión de autonomía por el Reino Unido a Canadá, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda. La tercera, y más importante, comenzó en 1945 en Asia, alcanzó su punto álgido en 1960 con la independencia de 17 países africanos, y prácticamente finalizó con la independencia de Mozambique y Angola en 1975 (Walter, 1999:363-4). Esta tercera fase, acaecida tras la II Guerra Mundial, se desencadenó gracias a la reacción de los países sometidos contra la hegemonía europea, así como al deseo de las dos nuevas superpotencias de acabar con los imperios coloniales de la vieja Europa. Para sustentar este proceso se experimentó un desarrollo teórico del derecho de autodeterminación en el contexto de las Naciones Unidas. Aunque políticamente independientes, los países del Tercer Mundo afrontan desde entonces diversos problemas estructurales que, en gran medida, tienen su raíz en el período colonial, así como en la forma en que se llevó a cabo la descolonización. Martínez Carreras (1992:177-183) destaca los siguientes: a) El subdesarrollo económico y social, así como su dependencia económica y social respecto a las potencias del Norte. b) El “neocolonialismo” o “fenómeno que consiste en mantener una dependencia económica casi colonial sobre las ex colonias, que en la actualidad son Estados independientes, por sus antiguas potencias colonizadoras”. c) La inestabilidad y debilidad de los sistemas políticos, herencia de la administración colonial, dado que su institucionalización no expresa adecuadamente las realidades y necesidades de esos países. J. Al. y K. P. Bibliografía
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