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Estrategias de afrontamientoKarlos Pérez de ArmiñoEstrategias implementadas por las familias vulnerables para evitar y/o aliviar situaciones de crisis alimentaria, sobre todo las crisis de tipo más agudo y puntual durante desastres (hambrunas), pero también las crisis estacionales (durante los meses previos a la cosecha) o las crónicas, con el doble objetivo de asegurar su subsistencia y de preservar sus sistemas de sustento de cara al futuro. Desde los años 80, en el ámbito de los estudios sobre desarrollo y sobre seguridad alimentaria, se viene prestando gran interés a las estrategias de afrontamiento (coping strategies), a veces también llamadas estrategias de defensa, de adaptación o de supervivencia (survival strategies), como mecanismos que contribuyen a frenar el desencadenamiento de los desastres y las hambrunas. A ello ha contribuido la constatación de su importancia como medio para la preservación de los sistemas de sustento de las víctimas de las hambrunas, gracias a estudios empíricos como el de Alex de Waal (1989) sobre la hambruna de Darfur, Sudán, en 1984-85, y el de Corbett (1988) sobre diferentes hambrunas en África y Asia. Contra la creencia convencional, tales estudios han comprobado que la prioridad de los afectados por la hambruna no suele consistir en mantener su nivel de consumo alimentario, sino más bien en preservar sus recursos productivos para poder garantizar sus actividades económicas y sus ingresos una vez que remita la crisis. Para ello, si fuera preciso, están dispuestas a sufrir cierto nivel de hambre, esto es, a reducir su consumo alimentario como forma de ahorro. Así, las estrategias buscan compatibilizar la supervivencia inmediata con la futura, la satisfacción de las necesidades básicas presentes con el mantenimiento de la base familiar de recursos productivos. Las estrategias frente a las crisis pueden ser muy diversas según cuáles sean las características del entorno y del sistema de sustento: el hábitat rural o urbano, el medio agroecológico, las actividades económicas que se desempeñen, y las capacidades de la familia (recursos materiales, técnicos, sociales, sicológicos, etc.). La mayoría de los estudios realizados se han centrado en las estrategias en contextos agrícolas o pastoriles ante las crisis alimentarias (ver campesinos; pastores). Sin embargo, también cabría hablar de la existencia de estrategias desplegadas por poblaciones urbanas sumidas en la pobreza, como por ejemplo las ollas populares en Perú estructural (ver pobreza urbana y rural); así como de estrategias empleadas actualmente por los sectores vulnerables en los países ex socialistas en transición a la economía de mercado, afectados desde principios en los 90 por el aumento de la pobreza y el hundimiento de la protección de los servicios públicos (Howell, 1994). Entre los autores existe cierta confusión en cuanto a las denominaciones y las clasificaciones de los diferentes tipos de estrategias. Sin embargo, un aspecto crucial subrayado por la mayoría de ellos es que existe una cierta progresión cronológica en su ejecución en función de la gravedad de la crisis. Es decir, existen estrategias que se implementan en los años normales como forma de minimización de posibles riesgos futuros; estrategias que se implementan cuando aparece una crisis para adaptarse a la misma, basadas en el ahorro para preservar los recursos productivos familiares; y, finalmente, cuando la crisis es grave, estrategias que buscan sobre todo garantizar la subsistencia de las personas y que pasan por la enajenación progresiva de los bienes productivos de la familia, con la consiguiente hipoteca para el futuro de su sistema de sustento. Von Braun et al. (1993), por ejemplo, establecen la siguiente secuencia en diferentes etapas sucesivas: a) Estrategias de minimización del riesgo a largo plazo, que son medidas fáciles de implementar, para garantizar el nivel de ingresos en caso de crisis, mediante: – La inversión y la acumulación de reservas (dinero, animales, equipamiento, stocks de alimentos), que pueden utilizarse o venderse en caso de crisis. – El establecimiento y refuerzo de redes sociales informales o tradicionales, que en caso necesario proporcionan préstamos, apoyo para emigrar y otras formas de solidaridad (matrimonios de conveniencia, mecanismos de solidaridad en el clan, relaciones de patronazgo, etc.) (ver economía moral; capital social). – La diversificación del riesgo: combinación de diferentes fuentes de ingresos (agricultura con ganadería, migración laboral), dispersión espacial de los campos, uso de diversas variedades de semillas y de animales, etc. b) Estrategias de respuesta a corto plazo para mitigar el efecto de la crisis alimentaria, que se van incrementando conforme ésta arrecia, dando lugar a consecuencias cada vez más gravosas y con más difícil vuelta atrás: – Desacumulación de las inversiones antes realizadas, mediante el consumo de las reservas y la venta de algunos bienes, incluyendo progresivamente los productivos conforme se hace imprescindible. – Recurso a las redes sociales tradicionales (linaje, comunidad, etc.) para obtener de ellas donaciones, préstamos y otras formas de solidaridad comunitaria. – Ahorro y reducción del gasto: uso de los llamados “alimentos de hambruna” o silvestres (raíces, bayas, insectos, roedores); cambios en la dieta (reducción del número de comidas y de su cantidad, supresión de alimentos caros como la carne). – A veces actividades socialmente reprobables (prostitución, robos, etc.). c) Estrategias de riesgo para la supervivencia inmediata, que implican la desposesión plena de los afectados, y se llevan a cabo cuando las estrategias anteriores han fracasado, la crisis y la desestructuración socioeconómica es profunda, y la vida está amenazada de forma inminente: – Venta de los principales bienes productivos: ganado (las hembras son las últimas que se venden, pues de ellas depende la recuperación de la cabaña) y tierra. – Éxodo en busca de ayuda. En cada caso, qué estrategias se llevan a cabo y con qué intensidad depende de las características del contexto, así como de las capacidades materiales, sociales y sicológicas de la población: ahorros, bienes productivos, conocimientos técnicos, vínculos comunitarios que proporcionan capital social, actitudes, etc. Estas capacidades irán disminuyendo conforme la crisis se ahonde y el nivel de vulnerabilidad aumente, pudiendo llegar a desembocar en una situación de desestructuración social y económica, esto es, lo que denominamos un desastre, uno de cuyos componentes es habitualmente la hambruna. Como caso concreto, en la figura adjunta se representan las estrategias seguidas en un entorno rural por los hausa de Nigeria frente a una hambruna en los años 80 Como vemos, conforme se agrava la crisis, la vulnerabilidad aumenta y las estrategias se van revelando progresivamente insuficientes. Esto hace que las familias se vean obligadas a aplicar estrategias cada vez más extremas, inhabituales y también lesivas, para la salud (reducción del consumo alimentario, emigración a campos de ayuda insalubres propensos a epidemias), el medio ambiente (sobreexplotación de los recursos) y el sistema de sustento (progresiva enajenación de reservas y propiedades). En este sentido, la “reversibilidad” de tales estrategias disminuye progresivamente, esto es, hacen que cada vez resulte más difícil la vuelta a la situación anterior. En cualquier caso, claro está, una estrategia puede resultar bien sostenible e inocua, o bien erosiva para el sistema de sustento, en función de la intensidad y duración de su uso, lo cual varía según la familia, el lugar, el momento y la gravedad de la situación. Por otro lado, hay que matizar que la secuencia cronológica implícita en la clasificación anterior no es estricta, dado que las familias generalmente combinan diversas estrategias de forma más o menos simultánea. Por ejemplo, algunas pueden recurrir a los alimentos silvestres antes de mermar mucho sus reservas de cereales. Ahora bien, es importante subrayar que sí parece haber dos constantes: el intento de evitar la dependencia de una única fuente de ingresos y el esfuerzo por impedir todo el tiempo posible la pérdida de los bienes productivos. En efecto, la venta de los bienes productivos, inevitable cuando han fracasado las estrategias anteriores y la supervivencia está amenazada de forma inminente, revela un punto de inflexión a partir del cual podemos hablar de una vulnerabilidad extrema, caracterizada por una fuerte desestructuración socioeconómica, y que obliga a la mendicidad, la dependencia de la ayuda externa y frecuentemente al éxodo para buscar ésta (ver refugiados, campo de). Una limitación de la bibliografía sobre estrategias consiste en que casi en su totalidad se refiere a hambrunas motivadas por sequías u otras catástrofes naturales, pero apenas se ha internado en las estrategias en contextos de violencia durante las emergencias complejas. Para muchas personas, participar en la violencia y recurrir al saqueo, la limpieza étnica con sus botines, etc., puede hacer las veces de una estrategia de afrontamiento, constituyendo una forma de vida adaptada a un contexto de quiebra económica y desestructuración política. Sin embargo, para la mayoría de la población, unos de los efectos más perniciosos de la violencia en las guerras, sobre todo durante los conflictos civiles actuales, consiste precisamente en la obstaculización de sus estrategias de afrontamiento. La inseguridad física o los controles militares dificultan sobre todo aquellas que exigen movilidad (acceso al bosque para la obtención de alimentos de hambruna o de materias primas, migración laboral o para buscar ayuda de familiares, comercio), en tanto que las redes sociales de ayuda mutua se ven debilitadas por factores como la confrontación, la fragmentación comunitaria o el éxodo.
Fuente: Frankenberger y Goldstein (1990:23). Uno de los aspectos más relevantes de las estrategias de afrontamiento es que constituyen un indicador del nivel de vulnerabilidad que sufre la familia o comunidad que las lleva a cabo. Como se aprecia en la figura nº 1, las estrategias sencillas o de bajo coste se adoptan cuando la vulnerabilidad es moderada, mientras que las más costosas se dejan para cuando ésta es alta o extrema. De este modo, el análisis de las estrategias y su evolución cronológica ha sido incorporado a algunos sistemas de alerta temprana de seguridad alimentaria, dedicados a recoger y estimar datos con objeto de prever los incrementos de vulnerabilidad y la gestación de desastres como son, sobre todo, las hambrunas. Uno de tales sistemas es el establecido por la agencia bilateral norteamericana USAID, que vemos en la figura nº 2. Determinar bien el nivel de vulnerabilidad es importante porque según cuál sea éste habrá que priorizar uno u otro tipo de ayuda para los implicados: de cooperación para el desarrollo a largo plazo si la vulnerabilidad es ligera, de mitigación cuando la vulnerabilidad es alta y la crisis inminente, y de emergencia cuando se afronta ya una fuerte desestructuración (ver acción humanitaria: concepto y evolución). Por otro lado, el creciente conocimiento existente sobre las estrategias de afrontamiento encierra además importantes implicaciones para las políticas públicas y para la cooperación internacional. En primer lugar, invalida la imagen convencional de los afectados por los desastres como seres desvalidos, pasivos y totalmente dependientes de la ayuda exterior. Por el contrario, subraya que son agentes activos que siempre (incluso durante la crisis o tras ella) disponen de un cierto nivel de capacidades que movilizan, en función de su análisis y percepción de la situación, a través de las propias estrategias. Tanto es así que los propios afectados por los desastres suelen ser los principales actores, los que más recursos movilizan, de cara al afrontamiento del desastre y a la rehabilitación posterior. En otras palabras, la autoayuda a escala local suele ser más importante que la ayuda que llega del exterior. Según De Waal (1989:63-67), durante la hambruna de Darfur (Sudán) de 1984-85, las estrategias familiares permitieron satisfacer el 55% de las necesidades alimentarias de la población, en tanto que las mermadas cosechas proporcionaron sólo el 35% y la ayuda alimentaria de emergencia tan sólo el 10%, sin contar con que llegó tarde y apenas a los pobres. En consecuencia, el refuerzo de sus capacidades y estrategias debería ser una estrategia central en las intervenciones de ayuda, sobre todo en las de mitigación y de preparación antes de los desastres, y en las de rehabilitación tras ellos. En este sentido, la actuación de gobiernos, agencias y ong[ONG, Redes de, ONG (Organización NoGubernamental)] deberían orientarse a reforzar las capacidades y opciones de las familias, ayudándoles, por ejemplo, a diversificar sus ingresos con la promoción de empleos, a mejorar su acceso a los mercados rurales con la creación de infraestructuras, y a consolidar sus derechos de acceso al bosque y otros recursos naturales (ver titularidades medioambientales). K. P.
Bibliografía
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