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Asignación intrafamiliar de recursosClara MurguialdayDistribución del uso y control de los recursos económicos, del acceso a bienes y servicios y de la participación en la toma de decisiones entre las personas que integran un hogar. Las pautas de distribución siguen criterios y mecanismos que están determinados por factores como el género, la edad, el estatus y el poder de negociación de los miembros del hogar, y suelen dar lugar a repartos desiguales de los recursos y el poder entre los mismos. En el marco de la teoría económica neoclásica, la “economía del hogar” considera éste como la piedra angular de los análisis sobre el comportamiento y el bienestar económicos, y basa sus argumentos en los siguientes supuestos: a) El hogar funciona como una unidad socioeconómica: es una entidad unificada de consumo y producción. b) El hogar cumple una función conjunta de utilidad: un jefe de hogar “altruista” toma decisiones, en nombre de la familia, extrayendo el máximo rendimiento de la actividad conjunta de todos sus miembros. c) Las relaciones dentro del hogar se caracterizan por compartir de forma equitativa los ingresos y los recursos. Aunque el paradigma económico convencional tiende a tratar el hogar como una unidad solidaria, existen amplias evidencias de que la toma de decisiones conjunta y el reparto equitativo de los recursos no son algo común en los hogares. Por el contrario, los términos del intercambio intrafamiliar presentan sesgos en perjuicio de algunos de sus integrantes, particularmente las mujeres. Cuando el análisis económico toma en consideración los diferentes roles, restricciones y necesidades de mujeres y hombres en el hogar (ver género, roles de), permite vislumbrar que en éste se producen importantes asimetrías en cuanto a derechos y obligaciones de unas y otros, entre las que destacamos las siguientes: 1) Las oportunidades, restricciones e incentivos económicos para hombres y mujeres están determinados por la división genérica del trabajo. Así, la carga adicional de la reproducción y la administración del hogar que las mujeres soportan afecta a la distribución de su tiempo de trabajo, limitando el tiempo que ellas pueden dedicar a actividades remuneradas y restringiendo éstas a actividades compatibles con sus obligaciones domésticas. 2) La cantidad de trabajo realizado en el hogar por las mujeres y los hombres responde a un modelo de obligaciones recíprocas desigual. Las responsabilidades domésticas de las mujeres llevan más tiempo que las de los hombres, como lo muestran los estudios sobre distribución del tiempo y los datos presentados por el Informe sobre el Desarrollo Humano del pnud (1995). Las diferencias de género en lo que se refiere a cantidad de horas trabajadas son aún mayores en los países pobres, donde las mujeres trabajan un promedio de 4 horas más que los hombres al día produciendo alimentos, gestionando y recogiendo recursos domésticos, y realizando una gran variedad de actividades, sean remuneradas o no. 3) El acceso a bienes de consumo y servicios por parte de los integrantes del hogar no es equitativo en términos de género. En muchas culturas, los recursos se distribuyen en función del estatus social de cada uno de los miembros de la familia, más que según sus necesidades. Así, en la India, por ejemplo, los hombres y niños, al disfrutar de mayor estatus tanto en la sociedad como en sus casas, reciben mejores y mayor cantidad de alimentos y cuidados médicos que las mujeres y las niñas (ver seguridad alimentaria). Así mismo, en Bangladesh, Nepal, Pakistán, Oriente Medio, Norte de África y en algunos países del África Subsahariana se han encontrado formas parecidas de discriminación de género en lo que a asignación de recursos domésticos se refiere. 4) Las aportaciones de ingresos al hogar también siguen pautas marcadas por el género. En las economías de subsistencia, al evaluar el trabajo realizado en función del valor de los bienes producidos y el tiempo empleado, se llega a la conclusión de que las mujeres contribuyen tanto o más que los hombres al bienestar económico familiar. Las mujeres son el principal sustento en la mayoría de las familias del tercer mundo, destinan una proporción mayor de sus ingresos que los hombres al bienestar de la familia y retienen menos para su consumo personal. 5) La toma de decisiones en el hogar no es unitaria ni carente de conflicto. Cuando los miembros del hogar tienen acceso a diferentes recursos y oportunidades de trabajo, y ejercen distintos grados de control sobre las fuentes de ingreso separadas que fluyen en el hogar, es previsible que la complejidad de la dinámica hogareña requiera la negociación entre sus miembros. En conclusión, las relaciones de poder entre los géneros –junto con otras desigualdades– son un importante generador de asimetrías en la distribución de recursos y poder en el hogar. Como han puesto de manifiesto algunas teóricas y teóricos del desarrollo, la falta de atención a estas relaciones es un serio obstáculo para tratar las dimensiones de género en la pobreza (ver feminización de la pobreza), el ajuste estructural (ver mujeres y políticas de ajuste) y el desarrollo en general. Bina Agarwal (1988) plantea la necesidad de revisar los índices de pobreza existentes, dado que el método utilizado más comúnmente –identificar a las familias pobres por medio de unos criterios específicos para luego calcular su número total, suponiendo que todos sus miembros son igualmente pobres– aporta poca información sobre la pobreza relativa de hombres y mujeres, al tiempo que puede estar desvirtuando las cifras sobre el número total de pobres. Como consecuencia de las desigualdades en la asignación intrafamiliar de los recursos, hay mujeres pobres en familias que cuentan con ingresos o niveles de consumo por encima de la línea de pobreza; por el contrario, en familias que están por debajo de tal línea, hay hombres que no son pobres. Por otro lado, la idea de que las personas que integran familias con pocos recursos económicos tienen intereses comunes y trabajan juntas para conseguirlos no encuentra pruebas que la sustenten. Aunque los programas de desarrollo se han realizado bajo la premisa de que lo que es bueno para los hombres es igualmente beneficioso para su familia, y parece razonable suponer que cada dólar que gana un hombre pobre, ya sea en Bangladesh, Bolivia o Bostwana, podría destinarse a mejorar la situación de su esposa e hijos, en muchos lugares éste no es el caso. Es la mujer la que cubre de manera más eficaz la mayor parte de las necesidades básicas de la familia, mientras que el hombre dedica con frecuencia sus ingresos a gastos personales y/o improductivos (consumo de alcohol, tabaco u ocio). El estudio desagregado de la familia es particularmente necesario en regiones como el África Subsahariana, América Central y el Caribe, donde no tiene tanta vigencia la familia corporativa patriarcal, en la que la unidad conyugal está menos cohesionada y su papel como eje organizador de la familia es mucho más débil. En ellas, la familia nuclear conyugalmente organizada no es la que articula las pautas de producción, reproducción, consumo y residencia (Kabeer, 1991:137). Amartya Sen (1990) ha contribuido al estudio de la desigual asignación intrafamiliar de titularidades[Titularidades al alimento, Titularidades medioambientales] y recursos mediante su modelo del “conflicto cooperativo”. Según dice, tal distribución de titularidades y recursos no es fruto de la decisión libre de sus miembros sino de los muy diferentes grados de poder que tiene cada cual. Estas relaciones se rigen por la cooperación, en tanto que los resultados de ésta sean preferibles a los que se derivarían de la ruptura. Sin embargo, puede sobrevenir un “conflicto” de intereses a la hora de decidir entre diferentes opciones cuando algunas de éstas beneficien claramente a alguno de los miembros sobre los otros, lo que daría lugar a un proceso de negociación que se resolvería con la adopción de una de las opciones o con la ruptura familiar. Esto hace que un elemento clave de las relaciones intrafamiliares sea el poder de negociación de cada uno de sus miembros, el cual viene determinado por varios factores: la situación que afrontaría cada uno en caso de ruptura, la percepción (ilusoria o no) de la importancia de sus aportaciones (ingresos monetarios, compra o producción directa) a la prosperidad familiar, el nivel de disposición a subordinar su propio bienestar al de los demás y, por último, la capacidad de algunos para ejercer coacción, amenaza o violencia sobre los otros. Este modelo, por tanto, asume que las decisiones son tomadas por agentes con diferentes niveles de poder que se derivan no sólo de los ingresos económicos, sino también de diferentes aspectos culturales (percepciones, actitudes, opciones en caso de ruptura, costumbre, etc.) (Kabeer, 1991:14). Cl. M. Bibliografía
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